April no quería presentarse en la empresa.
Desde que firmó los papeles del divorcio, su cuerpo y su mente se negaban a regresar a ese lugar donde había construido tantas ilusiones. No quería verlo. No quería recordar.
Pero ahora tenía una razón más grande que su orgullo.
Su bebé.
No podía permitirse perder esa indemnización. Necesitaba ese dinero para empezar de nuevo, para asegurarse de que su hijo tuviera todo lo que necesitara.
Así que, tragándose el dolor y con la dignidad hecha pedazos, se levantó esa mañana y se dirigió a Montgomery Enterprises.
Cuando llegó a la oficina, el ambiente era el mismo de siempre: trabajadores apurados, llamadas constantes, la elegancia de los pasillos perfectamente decorados. Pero para ella, todo era diferente.
Ahora ese lugar solo representaba traición.
Trató de pasar desapercibida, pero las miradas la seguían. Sus compañeros la observaban con curiosidad, algunos con lástima. Claro había sido despedida sin contemplaciones luego de ser la mano derecha de Logan durante tres años.
Se dirigió a su oficina sin levantar la vista, pero antes de llegar, la voz de su superior la detuvo.
—April, qué bueno que viniste.
Ella giró lentamente y miró a la mujer que le hablaba.
—El señor Montgomery no está en la empresa —le informó sin rodeos—. Salió de viaje.
April sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Cobarde.
Ni siquiera tenía el valor de darle la cara.
—Antes de irse, dejó instrucciones —continuó la mujer, sin notar la tormenta interna en April—. Debes entrenar a su nueva asistente.
El impacto la dejó sin aire.
«¿Ya le tenía reemplazo?»
Sintió un nudo de indignación apretarle la garganta. No le sorprendía que Logan la hubiera sustituido tan rápido, pero el descaro de pedirle que entrenara a la mujer que ocuparía su puesto, en todos los sentidos, era una humillación demasiado grande.
Se mordió la lengua para no responder con veneno. Solo asintió con rigidez.
—Lo haré.
Pasaron los días.
April, se enfocó en su trabajo, en hacer lo necesario para aguantar las dos semanas sin quebrarse. No hablaba con nadie más de lo indispensable y evitaba cada mención de Logan.
Pero el destino no tenía piedad.
El día que debieron celebrar su aniversario de bodas, April recibió una llamada que no esperaba.
La pantalla de su teléfono mostró un número conocido y su estómago se revolvió cuando leyó el nombre.
Margaret Montgomery.
La madre de Logan.
Su primer impulso fue ignorar la llamada, pero algo dentro de ella le dijo que contestara.
—¿Sí? —respondió con voz neutra.
—April, necesito que lleves unos documentos urgentes al Salón Windsor del Hotel Grand Royal.
April apretó el teléfono con fuerza.
«¿Un encargo de la madre de Logan? ¿Por qué ella?»
—¿No hay nadie más que pueda hacerlo? —preguntó, sin poder ocultar la frialdad en su tono.
—No, debes ser tú —respondió la mujer con firmeza—. No quiero contratiempos.
April cerró los ojos y exhaló lentamente. No tenía opción.
Si quería su indemnización, tenía que aguantar.
—Está bien —aceptó con un nudo en el pecho.
Una hora después, llegó al Hotel Grand Royal.
El Salón Windsor estaba decorado con lujo, repleto de personas de la alta sociedad. No entendía por qué ese lugar para entregar unos simples documentos.
Pero en cuanto entró, lo entendió todo.
Se quedó estática en la puerta, con los documentos apretados en su mano.
La escena frente a ella la golpeó como un puñetazo.
Sobre la tarima, en el centro del salón, Logan Montgomery estaba de rodillas, sosteniendo una elegante caja de terciopelo negro. Y justo en ese momento, deslizaba un lujoso anillo de compromiso en el dedo de otra mujer.
Megan Crawford.
La única heredera de la multimillonaria fortuna de los Crawford.
El aire se le fue de los pulmones.
Ahora lo entendía todo. Su repentino divorcio. Su desprecio. Su frialdad.
No había sido solo ambición empresarial.
Había sido por ella.
Por casarse con una mujer millonaria.
El murmullo de los asistentes se perdió en sus oídos. Solo podía escuchar el latido ensordecedor de su corazón. La humillación, el dolor, la rabia.
Sus ojos se posaron en Logan, con una mezcla de desprecio y odio absoluto.
Como si sintiera su mirada, él la vio.
Por un breve segundo, su expresión se tensó. Sus ojos azul acero chocaron con los de April, pero no había tiempo para reacciones.
La gente aplaudió, celebrando el compromiso. Megan sonreía con elegancia, ajena a todo.
April no esperó más.
Caminó con la espalda recta, el rostro inexpresivo, los pasos firmes. Llegó hasta el guardia de seguridad, le extendió los documentos y dijo con voz firme:
—Esto es para la señora Montgomery.
Sin esperar respuesta, se giró y salió del salón con la misma dignidad con la que había entrado.
Pero por dentro, se estaba desmoronando.
April salió del hotel con pasos apresurados, sintiendo el aire frío de la tarde golpear su rostro. Su corazón latía con violencia, el pecho oprimido, la respiración agitada.
Cada imagen de lo que acababa de presenciar la atormentaba. Logan deslizándole el anillo a Megan Crawford, la sonrisa de satisfacción en su rostro, los aplausos de la élite celebrando el compromiso.
Su estómago se revolvió con una punzada intensa.
De repente, un dolor agudo la atravesó en el bajo vientre.
April se detuvo en seco. Un espasmo la obligó a doblarse levemente, llevando una mano a su abdomen. Su bebé.
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