La Guerra de una Madre Traicionada romance Capítulo 1522

Sabrina lo miró fijamente.

—¿Pero qué?

Sebastián respondió:

—Para que Romeo pudiera ser llevado por la familia Castillo, Liam debió haber pagado un precio muy alto.

Sabrina preguntó:

—¿A qué te refieres?

—Los Fonseca tienen una esperanza de vida muy corta —explicó Sebastián—, por lo que no se permite que nadie se lleve a ningún descendiente de su sangre. Sin embargo, ni siquiera con esa regla la tasa de natalidad logra compensar las muertes. Por eso, una de las leyes de hierro de la familia es que, al llegar a la mayoría de edad, todos deben preservar su material genético y elegir esposa. La esposa puede ser elegida por ellos mismos, sin importar su estatus social o económico, pero debe gozar de perfecta salud, ser excepcionalmente atractiva y pasar los estrictos exámenes médicos de la familia Fonseca. Si algún miembro de la familia muere, para evitar que su linaje se extinga, recurren a la fecundación in vitro. Si esa persona tuvo hijos antes de morir, entonces queda a total discreción de la viuda si desea o no someterse al procedimiento después del fallecimiento del marido.

En los ojos de Sebastián apareció una leve burla.

—Pero la mayoría acepta gustosa. Después de todo, un hijo más significa una oportunidad más de competir por ser el patriarca de los Fonseca. Por eso, aunque los hombres mueren jóvenes, la familia es numerosa. Además, una de las condiciones básicas para ser candidato a líder de la familia es estar casado. De lo contrario, ni siquiera tienes derecho a participar. ¿No es irónico?

Sabrina no sabía qué era peor: si la exigencia de un matrimonio por conveniencia de clases o las extrañas reglas de los Fonseca. Tal vez, para la gente común, casarse con un Fonseca era un sueño hecho realidad. Después de todo, era la única oportunidad real de saltar de clase social. Además, tras la muerte del marido, la esposa podía seguir viviendo bajo el amparo de la familia y, si quería, asegurar su posición con más hijos.

Para alguien que había probado las mieles de la riqueza extrema, volver a una vida ordinaria era algo inaceptable. Para conservar ese estatus y aspirar a controlar la inmensa fortuna familiar, esas mujeres no necesitaban que nadie las obligara; ellas mismas se desesperaban por tener descendencia.