La sala de impresión estaba en el primer piso.
La aparición de Sebastián provocó un revuelo entre la gente que se encontraba en aquel lugar.
"¡Dios mío, qué guapo! ¿Desde cuándo tenemos a un galán así en nuestro consorcio?"
"¡Eso sí que es un uniforme que seduce!"
"¿Quién le pide su número?"
"Piedra, papel o tijera, ¡quien gane va!"
En ese momento, una mujer con un largo cabello se acercó con unos documentos en la mano. "¡Ya déjense de tonterías! ¿Tan siquiera saben quién es?"
"¿Quién es?"
"¿Él no trabaja con nosotros en el consorcio?"
La mujer de cabello largo continuó: "Es el novio de la presidenta Yllescas, Sebastián Zesati."
"¡No me digas! ¿El Sebastián de la familia Zesati, la más prominente de Torreblanca?"
"Exacto, ¡de esa misma familia Zesati!"
"¡Dios mío, qué pareja tan perfecta!"
"Había escuchado que Sebastián era de los que no pensaban casarse, que era todo un asceta. Veo que los rumores no se pueden creer ni en lo más mínimo."
"¡No eres el único que tiene esa información! Yo también había oído que Sebastián no quería casarse."
"Con una presidenta Yllescas tan hermosa, olvídate de si Sebastián no quería casarse, ¡hasta un verdadero monje caería rendido a sus pies!"
"¡Totalmente de acuerdo! Si yo fuera hombre, también intentaría conquistar a la Srta. Yllescas."
"Pero, ¿qué hace el Sr. Sebastián en la sala de impresión?"
"¿Qué tiene de extraño estar en la sala de impresión? ¡Lo acabo de ver en el departamento de finanzas! Parece que está haciendo mandados para la presidenta Yllescas."
¿Mandados?
¡El Sr. Sebastián Zesati haciendo mandados en el Consorcio Sohi!
"¡Vaya historia de amor tan increíble!"
"¡Qué amor más indulgente!"
"¿El magnate convertido en un asistente de mandados? Yo también quiero un novio como él."
"Qué envidia le tengo a la presidenta Yllescas."
Todos estaban comentando, llenos de envidia hacia Gabriela.
¡Ese era el Sr. Sebas de la familia Zesati!
Siempre había sido al revés, la gente hacía mandados para él. ¿Cuándo se había mostrado tan voluntario para hacer los pedidos para otra persona?
Paloma pasó por allí justo en ese momento.
Al escuchar esas palabras, sus ojos destilaban cierto sarcasmo.
¡Gabriela solo merecía a alguien como él!
Un verdadero hombre nunca se rebajaría a hacer mandados para una mujer.


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