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La Heredera del Poder romance Capítulo 3172

—Eso les pasa a otros —dijo Vicente, con una voz tranquila, como si nada le afectara.

Lucho lo miró incrédulo—. Vicente, ¿de verdad piensas quedarte solo toda la vida? ¿No piensas casarte nunca?

—¿Y por qué no? —le contestó Vicente, devolviéndole la pregunta.

Lucho no podía entender ese modo de pensar. Para él, la vida tenía sentido rodeado de hijos y nietos, compartiendo la vejez con la compañera de toda la vida, disfrutando de la familia reunida los domingos, el bullicio y la alegría de los pequeños corriendo por la casa.

Pensaba que si Vicente seguía así, solo terminaría sus días en soledad.

Recordó haber leído en las noticias sobre personas mayores que vivían solas, que fallecían en casa y nadie se daba cuenta hasta mucho tiempo después, cuando el olor hacía que los vecinos tocaran a la puerta. Se lo contó a Vicente, esperando hacerlo recapacitar.

Pero Vicente solo se rió—. ¡Deja de preocuparte por tonterías!

Lucho frunció el ceño—. Entonces, ¿es por...?

—No es por nadie, Lucho —lo interrumpió Vicente, cortándole el paso antes de que terminara la pregunta.

—Pero dime, ¿no has pensado qué harás cuando seas viejo? —insistió Lucho.

—Cuando llegue el momento, veré qué hago —respondió Vicente, encogiéndose de hombros—. Si hay vino hoy, hoy me emborracho.

Lucho soltó un suspiro resignado—. Vicente, te vas a arrepentir más adelante...

Vicente no respondió.

¿Se arrepentiría? Por supuesto que no.

Si se casara solo por cumplir, por tener hijos y vivir como todos esperaban, entonces sí, se arrepentiría toda la vida.

Uno para toda la vida.

Pero si esa persona ya era esposa y madre de otro, él solo podía quedarse, protegerla en silencio.

Al ver la determinación de Vicente, a Lucho no le quedó más que sacudir la cabeza, resignado.

Después de un momento, Vicente miró a Lucho y al doctor—. Salgan un rato, quiero estar solo —les pidió.

Lucho miró al doctor y ambos salieron, dejando la habitación en silencio.

Vicente permaneció un buen rato sentado, hasta que se levantó y caminó hacia la ventana. El sol de la mañana se filtraba por el vidrio, bañándolo con una luz suave y cálida. Su rostro no mostraba ninguna emoción; nadie podía saber si estaba triste o feliz.

Los recuerdos lo asaltaron, uno tras otro.

Ella había llegado a su vida como un huracán, imposible de evitar. Y cuando se fue, le cambió las estaciones, dejándole una herida imposible de sanar...

...

Seis de febrero.

Según el calendario, era un buen día para casarse.

Apenas pasadas las doce de la noche, la casa de los Lozano ya estaba llena de luz y movimiento. El rojo de las decoraciones matrimoniales adornaba puertas y ventanas, y todo el mundo corría de un lado a otro, preparando los últimos detalles.

Rodrigo, el papá de Gabriela, no sabía en qué ocuparse; le dolía el corazón por dentro, aunque por fuera intentaba mantener la calma.

Gabriela era su única hija, la única mujer de la familia Lozano. Hoy, al salir de esa casa, ya no sería solo su niña; sería la esposa de alguien más, y un día, también madre...

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