Paloma nunca imaginó que este día llegaría tan rápido.
Después de todo, apenas había pasado un día desde que los antiguos accionistas retiraron su inversión del Consorcio Marino.
¿Y Gabriela ya no podía más en tan poco tiempo?
Paloma pensaba que Gabriela aguantaría al menos una semana o diez días antes de venir a suplicarle ayuda.
¿Eso era todo lo que ella podía hacer?
Pero pensándolo bien, era de esperarse. Gabriela no tenía nada, no sabía hacer nada sin la ayuda de un hombre.
El día anterior, cuando Sebastián vino, aún podía ayudarla, pero ahora que él se había ido, ella comenzaría a desmoronarse por completo.
Recordar la expresión desesperada de Gabriela al suplicarle, llenaba a Paloma de una sensación placentera.
¡Gabriela también tenía sus días!
Al ver a Paloma parada ahí sin moverse, Annie le recordó: "Señorita Rey, la presidenta Yllescas la espera en la oficina".
"Lo sé". Paloma recobró la compostura y caminó hacia la oficina.
Al abrir la puerta, efectivamente, Gabriela se encontraba allí.
Ella, de espaldas a la puerta, estaba paraba frente a la ventana panorámica, manteniendo una postura erguida.
El dorado sol matutino penetraba a través del vidrio, bañándola en un suave halo de luz.
Aunque no podía ver su rostro, alrededor de ella había un aura de autoridad única e imponente.
Paloma entrecerró los ojos.
Las personas desagradables, sin importar el momento, siempre desprendían un aura repulsiva.
Paloma soltó un gélido bufido, se sentó frente al escritorio, abrió el expediente y miró hacia Gabriela. "¿Para qué me está buscando la presidenta Yllescas?"
En su interior, Paloma comenzó una cuenta regresiva.
Tres, dos, uno.
¡A esperar!
En el siguiente segundo.
Gabriela comenzaría a llorar y suplicarla.
Lo estaba esperando con ansias.
Paloma esbozó una sonrisa irónica.
Al escuchar esto, Gabriela se giró ligeramente, su rostro sereno y sus ojos claros aparecieron en el aire, mirando a Paloma con una expresión fría. "Señorita Rey, ya son las 9:10".
Paloma se quedó sorprendida.
¿Las 9:10?
Esto no era lo que Paloma había imaginado.
¿No se suponía que Gabriela debía estar llorando y rogando por su ayuda?
Pero ésta no solo no estaba llorando, sino que mantenía una actitud altiva.

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