"¡Claro! ¡Claro!" Asintió la señora Huerta con la cabeza.
Gabriela sonrió y dijo: "Señor Huerta, señora Huerta, ¡ustedes son demasiado amables! Por cierto, ¿ahora podrían llevarme a ver al señor Andrés Huerta?"
"Por aquí."
La pareja llevó a Gabriela a la habitación de Andrés.
Comparado con la mañana, Andrés se veía mucho mejor por la noche. Ahora incluso podía acostarse en la cama y jugar con su celular.
"Andrés, déjame presentarte, esta es la doctora milagrosa Yllescas."
Andrés levantó la mirada y vio a una joven muchacha que destacaba entre la penumbra. En pleno invierno, ella solo llevaba un abrigo color crema sobre su ropa. Era alta y esbelta. Su rostro, hermoso como una flor de durazno, deslumbrante. Bajo la luz del candelabro, su rostro parecía brillar como si estuviera cubierta por un delicado velo.
Aunque Tomás ya le había dicho que la doctora milagrosa Yllescas era muy joven, al verla tan joven, Andrés se quedó sorprendido por un momento. Después de un instante, él reaccionó. "Doctora milagrosa Yllescas."
Gabriela asintió ligeramente, se sentó al lado de la cama y preguntó: "Señor Andrés Huerta, ¿cómo se siente ahora? ¿Tiene alguna molestia?"
Andrés negó con la cabeza. "No, no tengo ninguna molestia en particular, solo un poco de mareo."
Gabriela extendió la mano y le tomó el pulso. Después de un momento, ella soltó la mano de Andrés y continuó: "El mareo es un efecto secundario de estar acostado en la cama. Mañana durante el día, podrías intentar salir a caminar un poco. Pero no debes hacerlo por mucho tiempo, trata de limitarlo a menos de media hora."
"Está bien." Asintió la señora Huerta, y luego preguntó: "¿Cuántas veces al día se puede salir?"
"Dos o tres veces estaría bien." Gabriela añadió: "Además, en estos días puede empezar a comer algo más, pero no alimentos muy duros. Dentro de un mes, su dieta podrá volver a la normalidad."
La señora Huerta tomó nota de todo cuidadosamente.
"Por cierto, ¿tienen papel y lápiz?" Gabriela preguntó a continuación.

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