En ese momento, la última persona que Vicente quería escuchar era Mariana Albarracín.
Afortunadamente, Vicente tenía un poco más de paciencia con el Dr. Nunier.
De no ser así, el doctor definitivamente no habría tenido la suerte de salir ileso del despacho ese día.
El mayordomo de los Solos llevaba varios años en la familia y conocía muy bien a Vicente.
Al escuchar la conversación, el Dr. Nunier frunció ligeramente el ceño y miró al mayordomo.
—¿Y ustedes piensan quedarse de brazos cruzados con la señorita Albarracín? —preguntó.
—Ella ya es una adulta y, para ser sincero, Solos no tiene ninguna relación especial con ella. Ni la familia Solos ni el señor Vicente tienen motivos para meterse en esto —respondió el mayordomo, haciendo una pausa antes de continuar—. Si el señor Vicente tuviera que hacerse cargo de cada problema que pasa en el mundo, ¿usted cree que le alcanzaría la vida para eso?
El Dr. Nunier se quedó pensativo ante esa respuesta.
El mayordomo prosiguió:
—Doctor Nunier, le aconsejo que tampoco se involucre en esto.
—Soy médico —respondió el doctor, mirando con seriedad al mayordomo.
Lo que quería decir era que no podía quedarse de brazos cruzados.
El mayordomo sonrió apenas:
—Doctor Nunier, usted es libre de hacer lo que quiera, solo le doy mi opinión.
El doctor no dijo nada más.
Por primera vez sentía de verdad que los Solos no eran simplemente distantes.
Eran fríos hasta el extremo.
—¿Qué hizo la señorita Albarracín para que pase esto? —preguntó de pronto el doctor, sin poder contenerse.
No creía que Vicente fuera tan duro con Mariana sin razón alguna.
El mayordomo lo miró y le contestó:
—Eso no se puede explicar en dos palabras.
Al ver que no iba a sacar nada más de la boca del mayordomo, el doctor solo asintió:
—Entonces me voy por ahora. Si pasa cualquier cosa con el jefe Solos, por favor, avíseme de inmediato.
—Por supuesto —respondió el mayordomo, asintiendo levemente.
Pero el Dr. Nunier no volvió directo a su consultorio. En cambio, se dirigió al cuarto de Mariana.
Ella seguía acostada en la cama. Al escuchar los pasos, frunció el ceño, inquieta.
Su asistente fue la primera en acercarse:
—Doctor Nunier, ya está aquí.
Él asintió.
El nombre del doctor hizo que Mariana, que estaba medio dormida, se despabilara de golpe. Abrió los ojos y miró hacia la puerta.
—Señorita, fui a ver al jefe Solos —anunció el doctor.
—¿Y? —preguntó Mariana, sentándose en la cama—. ¿Qué dijo?
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