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La Heredera del Poder romance Capítulo 2934

Gabriela tomó la carpeta del historial médico y hojeó un par de páginas, frunciendo suavemente el ceño antes de preguntar:

—¿La paciente es la que transfirieron desde el 26?

El director Huerta asintió con la cabeza.

—Así es.

La enfermedad de la paciente era tan extraña que ningún hospital se había atrevido a recibirla. Había estado yendo de un lugar a otro hasta que, por fin, la aceptaron para un tratamiento formal. Pero, como nadie había logrado encontrar la causa real, la enfermedad seguía sin control.

—Llévame a verla —dijo Gabriela, levantándose de la silla.

El director Huerta se quedó pasmado por un instante.

¿Gabriela había aceptado el caso?

Enseguida, sin perder tiempo, se puso de pie.

—Señorita Yllescas, sígame, por favor.

Gabriela lo siguió por el pasillo. Como ya habían avisado con anticipación, el médico de cabecera esperaba en el corredor de la sala de hospitalización.

El director Huerta hizo las presentaciones:

—Señorita Yllescas, este es el doctor Ríos, el médico responsable de la paciente. Doctor, ella es la señorita Yllescas.

El nombre de la señorita Yllescas era famoso en todo el mundo médico.

El doctor Ríos admiraba mucho a Gabriela; la había visto una vez en televisión, pero jamás imaginó que la tendría frente a él.

—Mucho gusto, señorita Yllescas. Soy Ríos —dijo, tendiéndole la mano.

Gabriela le estrechó la mano.

—Doctor Ríos.

Él continuó:

—La habitación de la paciente está justo al fondo, acompáñeme por aquí.

Gabriela asintió y caminó tras él.

Como no lograban dar con el diagnóstico, la paciente estaba aislada en una habitación individual. Antes de entrar, el doctor Ríos le ofreció un cubrebocas médico.

Gabriela se lo puso y esperó a que el doctor tocara la puerta. Desde adentro se escuchó una voz débil.

—Adelante.

El doctor Ríos abrió la puerta. En la cama, acostada, estaba una niña de unos quince o dieciséis años. Tenía los rasgos tan finos y delicados que parecía una muñeca de escaparate. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: grandes, hermosos y tristes, llenos de una fragilidad que se sentía hasta en el aire.

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