Entrar Via

La Heredera del Poder romance Capítulo 2938

—Ajá —respondió Sebastián mientras pasaba las cuentas de su rosario entre los dedos y asentía levemente.

Afuera solo quedaba una mesa libre.

Sebastián tomó una servilleta y, con esmero, limpió toda la mesa y las sillas. Solo después levantó la mirada hacia Gabriela.

—Siéntate.

Gabriela lo miró y, de repente, soltó una risita.

—¿De qué te ríes? —preguntó Sebastián, mirándola con curiosidad.

Gabriela apenas pudo contener la risa:

—Es que pareces un papá de esos que no dejan pasar ni una.

Sobre todo por la forma tan detallista en que limpiaba todo.

Sebastián sonrió resignado.

—Es que tú sigues siendo una niña, Gabi.

Luego, le preguntó:

—A ver, dime la verdad, ¿cuando yo no estoy contigo nunca limpias la mesa antes de sentarte a comer?

Gabriela asintió con naturalidad.

—Ajá, nunca lo hago.

Estaba acostumbrada a no preocuparse por esos detalles y no era nada maniática con la limpieza.

Sebastián entonces fue por la jarra de agua y enjuagó los cubiertos.

—Bueno, entonces, cuando estés sola, mejor no salgas a comer en la calle —advirtió, medio en serio, medio en broma.

Gabriela soltó una carcajada:

—Ay, no pasa nada. Lo que no mata, engorda.

Sebastián solo sonrió, sin añadir más.

Al poco rato, el mesero les llevó las brochetas al estilo picante.

Eran como los de antes: pura carne, sin pimientos de colores ni piña ni otras cosas extrañas. Solo el aroma de las especias, que abría el apetito.

Gabriela probó una papa asada y, efectivamente, era el sabor de siempre, ese que no se olvida.

La noche en Ciudad Real se sentía tranquila y acogedora.

Cuando terminaron de comer, no se apresuraron a irse. Se quedaron un rato, conversando en la mesa.

En ese momento, por la calle pasó un Rolls-Royce.

Instantes después, el auto retrocedió.

El conductor miró hacia la banqueta, con los ojos bien abiertos, y preguntó dudoso:

—¿Ese no es el señor Sebas?

—¿Quién? —preguntó el copiloto.

—El que está comiendo en la calle.

Al oírle, el copiloto soltó una carcajada.

—¡Por favor! ¿Cómo crees que el señor Sebas se pondría a comer en un puesto callejero?

—Te lo juro, se parece un montón. ¿Por qué no echas un vistazo?

El copiloto ni se molestó en mirar.

Convencidos de que habían confundido a Sebastián con otra persona, se marcharon.

Por otro lado, Sebastián dejó a Gabriela en su casa y, cuando regresó a la hacienda de la familia Zesati, ya casi eran la una de la madrugada.

La luz del salón seguía encendida.

Al entrar, Sebastián encontró a la abuela Zesati sentada en el sofá.

Apenas lo vio, ella se levantó de inmediato.

—¡Sebastián!

—Abuela, ¿por qué no se ha ido a dormir? Ya es muy tarde.

La abuela se tapó la boca, disimulando un bostezo.

—No tengo sueño.

Sebastián apenas pudo ocultar una sonrisa. Claramente no le creía.

La abuela continuó:

—Oye, ¿es cierto que la esposa de tu cuñado Adam está embarazada?

—Sí —asintió Sebastián.

La abuela Zesati sonrió con alegría.

—Pues en la familia de tu suegro sí que están de fiesta, ¿eh?

Luego, con tono más bajo, preguntó:

—Y tú, ¿ya hablaste con Gabi para ver cuándo se casan?

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Heredera del Poder