Rosana solo tenía una cosa en mente: ¡que Adolfo por fin se diera cuenta de la verdadera cara de Amanda!
Y en cuanto eso pasara, ella misma se encargaría de sacar a Amanda de la casa de una patada.
Al imaginarse el destino de Amanda, a Rosana se le dibujó una sonrisa en los labios.
Parecía que ya podía ver perfectamente cómo iba a terminar todo para Amanda.
Hanna asintió: —Mamá, tienes razón. A gente como Amanda, que es tan falsa, hay que desenmascararla a tiempo.
Es importante que el bien le gane al mal.
Si no, luego la gente piensa que en este mundo no existe la justicia.
Pero después, un poco preocupada, Hanna preguntó: —¿Y si el empresario está muy ocupado y mañana no está en casa?
Si él no estaba, todo el plan se iría al traste.
—Tranquila, ya pregunté por ahí y estos días el empresario va a estar en casa cuidando a los niños —respondió Rosana.
Hanna respiró aliviada: —Menos mal.
No vaya a ser que organicemos todo y al final no sirva de nada.
—Así es.
Mientras conversaban, madre e hija entraron al elevador.
Al llegar a casa, Hanna abrió el paquete de miel que Amanda había mandado con el mayordomo y exclamó sorprendida: —¡Mamá! ¡Ven a ver esto!
—¿Qué pasa? —preguntó Rosana.
Hanna levantó el frasco y le mostró: —¡Mira, es la miel que usan los famosos!
Amanda había mandado una miel importada, tan cara que un solo gramo costaba miles de pesos.
Y solo la vendían en frascos de veinte gramos, así que Hanna nunca se había animado a comprarla.
¡Era demasiado cara!
Pero Amanda no tuvo reparo en mandarles una caja entera.

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