Hanna asintió con la cabeza y caminó hacia la habitación. Dio unos pasos, pero antes de entrar se giró a mirar a Zeus, preocupada.
—Papá… —dijo con voz baja.
Como hija, a Hanna le dolía ver a sus padres llegar a ese punto. Por más que Zeus tuviera sus fallas, seguía siendo su papá.
Zeus intentó tranquilizarla:
—Anda, entra. No te preocupes, no voy a pelear con tu mamá. Yo sé lo que hago.
—Está bien —respondió Hanna antes de desaparecer en su cuarto.
Ya adentro, Zeus levantó la mirada hacia Rosana, cuyos ojos seguían hinchados y rojos de tanto llorar. Entonces preguntó, con un tono cansado:
—¿A ver, qué es lo que quieres? ¿Esta vida que llevamos no te basta?
¿De verdad Zeus pensaba que lo que tenían era una buena vida?
Rosana, que al principio no quería pelear, sintió como si le hubieran echado gasolina al fuego. No pudo evitar explotar.
—¡Yo ya no quiero seguir con esta vida!
Zeus soltó los cubiertos sobre la mesa.
—¿Entonces qué quieres? Dímelo, porque de verdad no lo entiendo.
No lograba captar por qué Rosana estaba tan enojada. No era de salir con amigos a tomar, ni mujeriego, ni mucho menos violento. Llegados a esa edad, podían comer tranquilos, tenían techo y la vida más o menos resuelta. ¿Qué más podía pedir Rosana? ¿Por qué ahora estaba así?
Rosana, por su parte, tampoco tenía muy claro qué quería. Solo sabía que cada vez que pensaba en la vida que llevaba Amanda, su amiga, algo dentro de ella se revolvía. Soñaba con eso todas las noches. No podía evitarlo.
Sabía que la vida de otros no se consigue solo deseándola. Había que hacer algo, tomar decisiones.
Y la primera de todas era divorciarse.
Ya tenía una edad, no podía seguir perdiendo el tiempo junto a Zeus. Si seguía así, se le iba a ir la vida sin haber hecho nada por ella misma.
Rosana lo miró directo a los ojos y soltó:
—Quiero divorciarme de ti.
Así de claro.
Tenía que dejar atrás a Zeus, a ese hombre que sentía que ya no le aportaba nada.
¿Divorcio? Zeus se quedó helado.

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