El sonido de los aplausos resonaba ensordecedoramente por todo el lugar.
Cuanto más intensos eran los aplausos, más pálido se volvía el rostro de Yolanda.
Ella era la legítima heredera de la familia Muñoz, sin embargo, ese día había sido derrotada por una impostora que se había apropiado del lugar que no le correspondía.
Y para colmo, esa impostora no era más que un desperdicio a ojos de todos.
¿Cómo podría Yolanda mantener su posición en la Capital Nube después de eso?
Sebastián, que estaba de pie a cierta distancia, observó fijamente las dos líneas de texto, entrecerró los ojos y expresó, "Ocultar la destreza en la torpeza, iluminar con la oscuridad; manifestar la claridad en lo turbio, y lograr la extensión a través de la flexión".
Esas frases significaban que es mejor parecer torpe que demasiado inteligente, es mejor ser reservado que ostentoso, es mejor ser complaciente que arrogante, y es mejor retroceder que ser demasiado proactivo.
Por un momento, Sebastián soltó una carcajada.
Esas palabras...parecían
describir a la misma Gabriela.
Resulta que todos esos años, ella había estado ocultando su verdadera habilidad.
"¡Eres increíble, maestra!", exclamó Roberto, acercándose a Gabriela con una sincera admiración.
Gabriela respondió con un tono suave, "Hace mucho que no practico la caligrafía, estoy un poco desentrenada".
Y eso no era una exageración.
En el mundo de Gabriela, incluso los grandes maestros de la caligrafía tenían que mostrarle respeto.
Esa era la primera vez que tomaba un pincel en sus manos desde que llegó a ese mundo.
Una declaración casual de Gabriela dejó a Roberto absolutamente impresionado.
Si aun estando un poco desentrenada podía escribir así de bien...
¿Qué pasaría si escribiera en serio? ¿No significaría eso que los maestros de la caligrafía deberían retirarse?
"Eres demasiado modesta, maestra", continuó Roberto. "Por cierto, ¿el postre preparado por el chef con estrella Michelin esta noche estuvo a tu gusto?"
Gabriela asintió, "Estaba delicioso".
Al escuchar eso, la expresión de Yolanda se tornó aún más amarga.
¿Qué acababa de llamar Roberto a Gabriela?
¿Maestra?
¿Cómo podía Gabriela merecer tal título?
Roberto la había considerado una amiga íntima, ¿cómo podía ir a adular a Gabriela ahora?
¡Qué descarada!
Gabriela era simplemente una sinvergüenza.


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