Isabel observó los documentos sobre el escritorio con una mezcla de satisfacción y desprecio. Los rayos del sol de la tarde se filtraban por el ventanal, iluminando el papel que cambiaría todo.
—Fírmalo de una vez.
El rostro de Carmen palideció. Sus dedos, adornados con costosos anillos, temblaban ligeramente mientras sostenía el bolígrafo. Isabel mantuvo su expresión impasible, pero por dentro saboreaba cada segundo de duda en el rostro de la mujer que nunca había sido una verdadera madre para ella.
"Mírate ahora, tan vulnerable, tan desesperada", pensó Isabel, mientras una sonrisa apenas perceptible se dibujaba en la comisura de sus labios. El poder de la situación la embriagaba, aunque su rostro permanecía sereno, casi indiferente.
La rabia bullía bajo la superficie de Carmen. Sus nudillos se tornaron blancos al apretar el bolígrafo, y una vena palpitaba en su sien. "Bien", pensó con amargura, "si quieres cortar lazos, cortémoslos. Ya veremos si no te arrepientes después".
En su furia ciega, Carmen no fue capaz de ver más allá de su orgullo herido, ignorando por completo el verdadero alcance del poder que respaldaba la tranquila confianza de Isabel.
Con un movimiento brusco, garabateó su firma en el documento. La pluma rasguñó el papel, dejando una marca casi tan profunda como el resentimiento en su corazón.
Isabel no perdió un segundo. Sus dedos, largos y elegantes, se movieron con la precisión de un depredador al acecho, arrebatando el documento antes de que Carmen pudiera siquiera considerar retractarse.
Carmen inhaló profundamente, intentando mantener la compostura que su estatus social exigía.
—¿Cuándo volverán?
Isabel guardó el documento en la caja fuerte empotrada en la pared con movimientos deliberadamente lentos. El suave clic del mecanismo resonó en la oficina como un disparo.
Se giró hacia Carmen, alzando una ceja con fingida confusión.
—¿Volver? ¿Quién?
El color abandonó el rostro de Carmen. Sus labios temblaron, incapaces de formar palabras por unos segundos.
—¿Qué... qué quieres decir?
Isabel mantuvo su expresión de inocente desconcierto, aunque por dentro sentía una satisfacción casi cruel.
—Tú... tú... —Carmen balbuceó, mientras la horrible verdad comenzaba a asomar en su mente.
El pánico se reflejó en sus ojos cuando la conclusión la golpeó como una bofetada.
—¡Mathieu y Andrea, por Dios! —sus palabras salieron entrecortadas por el temblor de su voz—. ¡Me lo prometiste!



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