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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 168

El mensaje en la pantalla del celular hizo que Isabel esbozara una sonrisa irónica. Solo Iris sería tan descarada para provocarla de esa manera.

"¿De dónde saca tanta energía para fastidiar? Si está prácticamente al borde de la muerte", pensó Isabel, tamborileando los dedos sobre su escritorio. La noticia de las tres enfermedades terminales de Iris le había ahorrado el trabajo de intervenir personalmente.

Lo que Isabel ignoraba era que ella se había convertido en el único consuelo de Iris. Esa misma mañana, al despertar y ver los mechones de cabello esparcidos sobre la almohada blanca del hospital, Iris había sentido que su mundo se derrumbaba un poco más.

Isabel tecleó su respuesta con calculada indiferencia.

—¿Todavía hay posibilidad, no? ¿O ya te diste cuenta que Sebastián te está viendo la cara?

La duda sobre mudarse al Chalet Eco del Bosque carcomía a Iris, pero su respuesta llegó casi de inmediato, cargada de la arrogancia que la caracterizaba.

—Sebastián ya no tiene nada que ver contigo.

Isabel arqueó una ceja, divertida por tanta presunción.

—¿No te da miedo que le enseñe estos mensajes a Sebastián?

—¡Adelante, muéstraselos!

La confianza de Iris era predecible. Después de todo, estaba usando un número desconocido. "Al final", pensó Isabel, "será su palabra contra la mía".

Los dedos de Isabel se deslizaron por la pantalla mientras una idea tomaba forma.

—Va, ¿qué te parece si apostamos un millón de pesos a que no te mudas al Chalet?

Si a Iris le gustaba tanto presumir, Isabel le daría una lección que no olvidaría.

Al otro lado de la línea, la respiración de Iris se volvió pesada. Sus ojos brillaron con malicia mientras leía el mensaje.

—Un millón de pesos... ¿ni siquiera te da pena decirlo?

—¿O qué? ¿Te da miedo apostar?

...

Isabel sonrió al ver que Iris no respondía más. Siempre era mejor dejar las cosas claras desde el principio. Cada vez que veía a Iris actuando con esa actitud tan despreciable, las ganas de cerrarle la boca permanentemente se volvían casi irresistibles.

Al llegar al estudio, una hora exacta había transcurrido. Ander se levantó al verla, con esa familiaridad que resultaba irritante.

—¡Querida! Por fin llegas, ya llevaba rato esperándote.

Su tono excesivamente amistoso hizo que Isabel se tensara. Cualquiera que los viera pensaría que tenían algún tipo de relación especial. Cuando Ander intentó rodearle los hombros con el brazo, Isabel se apartó con un movimiento fluido.

"Parece que no aprendió nada después del encuentro con Esteban", pensó.

—Señor Vázquez —la voz de Isabel sonó cortante—, vayamos al grano.

"¡Y deja de actuar tan confianzudo, que me das asco!", añadió mentalmente.

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