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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 262

La voz de Iris se quebró, sus ojos brillando con lágrimas contenidas mientras jugaba nerviosamente con un mechón de su cabello. Sus dedos temblaban ligeramente, traicionando la fragilidad que intentaba proyectar.

El rostro de Carmen se contorsionó de furia al escuchar la mención de su hija. Su pecho subía y bajaba agitadamente mientras la rabia se apoderaba de ella. Quería gritar que ya había cortado todo lazo con Isabel, pero las palabras de Patricio sobre el destino de la compañía resonaban en su mente como un eco perturbador.

Iris dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas, perfeccionando su actuación de víctima inocente.

—Siempre la vi como mi hermana —su voz se quebró con estudiada precisión—. Jamás quise que las cosas terminaran así.

Sebastián apretó la mandíbula, una vena palpitando visiblemente en su sien. El aroma a cuero de los sillones de su oficina parecía sofocarlo.

—Ya basta.

Iris y Carmen se volvieron hacia él, sorprendidas por el tono cortante de su voz. El silencio pesado que siguió solo fue interrumpido por el suave zumbido del aire acondicionado.

Sebastián se aflojó ligeramente la corbata, como si le faltara el aire.

—Isabel creció en la familia Blanchet.

Los rostros de ambas mujeres se tensaron instantáneamente. Carmen palideció, sus nudillos blancos al apretar el borde de su asiento.

—¿Qué... qué quieres decir con eso? —balbuceó Carmen, su voz apenas un susurro.

Iris clavó su mirada en Sebastián, la máscara de fragilidad momentáneamente olvidada.

—¿Qué sabes, Sebas? —Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y temor.

"¿La familia Blanchet de Francia?", pensó Iris, un escalofrío recorriéndole la espalda. Esa familia cuyo solo nombre hacía temblar a la alta sociedad europea.

Sebastián cerró los ojos. La sola idea de que Isabel perteneciera a los Blanchet hacía que cada músculo de su cuerpo se tensara.

—Isabel es la hermana de Esteban Blanchet.

Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Ese nombre... lo habían escuchado antes, pero entonces no sabían que era el poderoso señor Allende. El hijo de padre puertorriqueño y madre francesa, heredero de un imperio.

Iris tomó una bocanada de aire, sus pupilas dilatadas por la sorpresa.

—¿Esteban Blanchet? ¿El señor Allende?

La respiración de Iris se volvió errática mientras procesaba la información. Su mente trabajaba frenéticamente, tratando de reconciliar la imagen de la Isabel que conocía con esta nueva revelación.

Carmen e Iris intercambiaron miradas de pánico. El rostro de Carmen había perdido todo color.

Iris alzó la cabeza, la envidia carcomiendo sus entrañas.

—Sebas, ¿estás completamente seguro?

—Isa, no es momento de jugar. Esa herida necesita atención, déjame revisarla.

Isabel se acurrucó más bajo las cobijas, su voz cargada de reproche.

—¿Ahora sí te preocupas? Pues ya no te voy a hacer caso.

Esteban, con la paciencia agotándose, intentó retirar la cobija que cubría la cabeza de Isabel, pero ella la sujetaba con firmeza.

—¡Si me la quitas, le voy a decir a mamá! —amenazó Isabel con voz juguetona.

Al escuchar la mención de su madre, Esteban se tensó visiblemente. Sin mediar palabra, levantó a Isabel junto con la cobija, sentándola sobre sus piernas.

—¡Ay! ¡Me duele! —el quejido de Isabel se filtró a través de la tela.

Esteban finalmente logró descubrir su rostro. Las mejillas de Isabel estaban enrojecidas por el calor, sus ojos grandes brillando con lágrimas contenidas, una imagen que derretiría el corazón más duro.

La expresión seria de Esteban se suavizó ligeramente.

—¿Te duele mucho? —preguntó con genuina preocupación.

Isabel asintió débilmente, su rostro una perfecta máscara de sufrimiento que sabía que su hermano no podría resistir.

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