El dolor se había convertido en su única compañía desde que la dieron de alta esa mañana. Iris yacía en su cama, con el rostro perlado de sudor, mientras los analgésicos que le habían recetado en el hospital parecían burlarse de su sufrimiento. Ya no tenía el lujo de contar con un equipo de especialistas monitoreando cada medicamento que ingería, controlando cuidadosamente las dosis. La pequeña bolsa de medicamentos que le habían entregado al salir apenas alcanzaría para dos días, y ni siquiera parecían estar funcionando.
Su estómago se retorcía de hambre, pero el dolor era como una garra invisible que le apretaba la garganta, impidiéndole tragar siquiera un bocado. Carmen, desesperada ante la situación de su hija adoptiva, había llamado a Valerio y Patricio tan pronto como regresaron a casa. Sin embargo, ninguno de los dos había aparecido hasta el anochecer.
Sebastián, por su parte, brillaba por su ausencia. Cuando Carmen intentó contactarlo, solo consiguió toparse con la voz cortante de Daniela al otro lado de la línea, quien no perdió la oportunidad de llenarla de reproches.
La tez de Valerio perdió todo color mientras procesaba la información. Sus mandíbulas se tensaron hasta que los músculos de su rostro formaron líneas duras y perfiladas.
—¿Me estás diciendo que en todo Puerto San Rafael no hay un solo hospital que quiera atender a Iris? —sus palabras salieron filosas—. ¿Ni siquiera podemos conseguir un médico que venga a casa?
Sus pensamientos volaron inmediatamente hacia Isabel. No conforme con atacar la empresa, ahora se atrevía a interferir con el tratamiento médico de Iris. ¿Qué crimen tan terrible había cometido la familia Galindo para merecer semejante venganza? Sí, quizás habían descuidado un poco a Isabel en los últimos años, pero esto... esto era demasiado.
Carmen se llevó una mano temblorosa al pecho. Sus ojos brillaban con una mezcla de impotencia y rabia.
—No solo quiere destruir la empresa —su voz se quebró—. Ahora también va por la vida de Iris. Ni un solo médico en toda la ciudad acepta venir a verla. Hasta nuestro médico de cabecera renunció.
El odio goteaba de cada una de sus palabras. La misma Isabel que había rechazado ser su hija ahora pretendía arrebatarle a la que había criado con tanto amor y dedicación. La crueldad de la situación le revolvía el estómago.
Una vena palpitaba violentamente en la frente de Valerio mientras apretaba los puños.
—Entonces la mandaremos al extranjero para que reciba tratamiento.
El silencio cayó como una losa en la habitación. Carmen y Patricio intercambiaron miradas, procesando la sugerencia. No era mala idea. Desde el regreso de Iris, Isabel no había hecho más que causar problemas. Tal vez, si la alejaban lo suficiente, si la ponían fuera de su vista...
Patricio asintió con gesto severo.
—Hay que mandarla cuanto antes.
En realidad, siempre se había opuesto al regreso de Iris. Cuando ella les informó de su enfermedad por teléfono, él había insistido en que se tratara fuera del país. Pero Carmen, con su instinto maternal, había insistido en tenerla cerca para poder cuidarla mejor. Si hubiera sabido el caos que desataría su regreso, jamás habría cedido.



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