Las palabras de Paulina quedaron suspendidas en el aire, mientras el suave murmullo de las conversaciones a su alrededor parecía desvanecerse. El restaurante, con sus manteles impecablemente blancos y la tenue iluminación de las velas sobre cada mesa, se convirtió en un escenario donde solo existían ellos dos.
Paulina mantuvo la mirada fija en el delicado bordado del mantel, consciente de la presencia imponente de Carlos al otro lado de la mesa. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde de la servilleta de tela, buscando un ancla para sus emociones turbulentes.
La pregunta que acababa de hacer resonaba en su mente como un eco persistente. No era solo curiosidad lo que la impulsaba a buscar respuestas; era una necesidad visceral de entender, de recuperar el control sobre una situación que amenazaba con desbordarla.
—Te hice una pregunta —musitó Paulina, su voz apenas un susurro.
El prolongado silencio de Carlos solo intensificaba su ansiedad. Con cautela, levantó la mirada, encontrándose por un instante con aquellos ojos que parecían atravesarla. El tatuaje en su cuello, visible sobre el cuello de su camisa impecablemente planchada, acentuaba su aire amenazante.
—¿Es tan importante? —respondió Carlos, su voz teñida de una indiferencia calculada.
"¿Importante? ¿Cómo puede preguntarme eso?"
Los ojos de Paulina se humedecieron, traicionando su compostura. El nudo en su garganta se apretó mientras luchaba por mantener la dignidad. Durante toda su vida, había vivido protegida en una burbuja de privilegios y comodidades, donde situaciones como esta eran impensables.
—Fui yo —declaró Carlos con una frialdad que heló la sangre de Paulina—. ¿Algún problema con eso?
Las lágrimas que amenazaban con desbordarse se detuvieron en seco. Paulina sintió como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.
—¿Me estás preguntando si hay algún problema? —Su voz tembló ligeramente.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —El tono de Carlos era un desafío velado, una amenaza sutil que erizaba la piel.
El recuerdo del aeropuerto regresó vívidamente a su mente: sus manos invasivas, la impotencia, el miedo. Y ahora, la misma sensación de vulnerabilidad la paralizaba.
—No haré nada —murmuró Paulina, removiendo sin propósito la comida en su plato. Sus movimientos erráticos con el tenedor revelaban la tormenta interior que la consumía.

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