El aire fresco de la mañana acariciaba el rostro de Isabel mientras su auto se aproximaba al Chalet Eco del Bosque. La vibración de su celular rompió el silencio. Al ver el nombre en la pantalla, una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.
La voz de Iris sonaba débil, casi un susurro, pero el veneno en sus palabras era inconfundible.
—¿Ya te enteraste? Sebas está por comprar el Chalet Eco del Bosque en Bahía del Oro. Va a ser mi lugar de recuperación.
Isabel podía imaginar perfectamente la expresión de suficiencia en el rostro de Iris. El Chalet Eco del Bosque... un capricho codiciado por la élite de Puerto San Rafael. No solo por sus impresionantes vistas y su aire puro, sino por ese misticismo que rodeaba su supuesta armonía de diseño. Las familias más influyentes llevaban años intentando adquirirlo, como si fuera la joya más preciada de la bahía.
—Ya lo sabía —respondió Isabel con indiferencia.
—Ah, ¿sí? —El tono meloso de Iris se volvió más pronunciado—. Y dime, ¿qué te ha comprado Sebastián a ti?
Isabel dejó que el silencio se extendiera, sus dedos tamborileando suavemente sobre el volante. En su mente destellaron imágenes borrosas de joyas y regalos costosos, pero ninguno había dejado huella en su memoria. Quizás porque desde pequeña había tenido tanto que los objetos materiales nunca significaron nada para ella.
Una risa seca escapó de sus labios.
—Ay, Iris... Ya te estás muriendo y en vez de preocuparte por salvar tu alma, ¿andas presumiendo pendejadas?
El jadeo ahogado al otro lado de la línea le confirmó que había dado en el blanco.
—Tú... —La voz de Iris tembló.
Isabel continuó, cada palabra destilando veneno.
—¿Así que Sebastián te va a comprar el Chalet? Qué raro, porque hasta donde yo sé, el dueño ni siquiera está considerando venderlo.
—Ya encontrará la manera —La voz de Iris recuperó algo de su arrogancia habitual—. Me prometió que en cuanto esté listo, me sacará del hospital.
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