Antes, Vanesa siempre era pura dinamita: si algo no le gustaba, lo decía de frente y empujaba a quien se le acercara. Si no quería que la tocaran, lo dejaba bien claro, empujando sin dudar.
Pero ahora, la fuerza con la que intentaba soltarse de los brazos de Yeray era tan leve, que para alguien como Yeray, acostumbrado a que Vanesa reaccionara como una fiera ante el menor roce, la sensación era totalmente distinta. Parecía que ella no estaba luchando por soltarse, más bien, se acurrucaba en su pecho.
Esa caricia ligera, ese roce apenas perceptible, si uno no hubiera visto a la Vanesa de antes, bien podría pensar que era una gatita dócil.
Y para acabarla, el modo en que Vanesa lo insultaba en ese momento se parecía más a un gatito enojado sin fuerzas para pelear.
Desde que oyó la frase “queriendo pero no queriendo”, Vanesa ya estaba a punto de explotar.
Pero cuando Yeray soltó lo de que ella “se le estaba pegando”, perdió la cabeza.
—¿Quién se está pegando a ti? ¿Tú crees que podría pegarme a ti con lo mal que hueles?
Ese aire de gato erizado le daba un toque encantador.
Yeray soltó una risa baja.
—Mira, mira, y todavía dices que no.
Le sujetó la muñeca con total facilidad, sin esfuerzo.
Eso jamás habría pasado antes con Vanesa.
Intentó zafarse, pero ya no tenía fuerzas para hacerlo, así que al final, como Yeray había dicho, parecía una chiquilla débil que, aunque quería irse, en el fondo no quería hacerlo.
Oliver, al verlos, también pensó que estaban coqueteando.
Se aclaró la garganta.
—Órale, órale, vámonos, dejemos que mi hermano y la cuñada disfruten su reencuentro de luna de miel adelantada.
No perdió tiempo y empezó a sacar a todos del lugar, incluso jaló a Celia del hombro y la llevó hacia el carro.
—No te preocupes, con mi hermano está segura y todo es legal.
Celia intentó protestar.
—Es que, no es...
Quería explicar que Vanesa seguía bajo los efectos de la droga.
Pero Vanesa, bombardeada por las bromas de Yeray y Oliver, terminó por estallar.
—¡Estoy drogada, ¿que no ves?!
Ya no aguantó más y soltó el grito.
En cuanto mencionó que le habían dado algo, el aire en la habitación se congeló.
La expresión de Yeray se tornó peligrosa en un segundo.
Oliver preguntó rápido.
—¿Hermano, nos vamos ya?
Si había que irse, él pedía la avioneta en ese instante.
Después de todo, estaban en territorio de Dan, y Oliver sentía que no era buena idea quedarse más tiempo en Littassili.

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