Cristian miró a Dan con una expresión tan sombría que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
—Fuiste tú quien se las llevó, ¿verdad?
—Alicia fue la que trajiste de regreso para enfrentarte a papá y a mí. No vengas a decir que Paulina y Alicia no están contigo.
Cristian apretó los dientes, lleno de rabia.
Durante todos estos años, jamás su padre había dudado de él de esa manera.
Ahora, verse señalado de esa forma solo podía ser obra de Dan...
El que siempre había vivido sin preocupaciones, ahora lanzaba una mirada a Dan tan oscura y peligrosa que helaba la sangre.
Dan le sostuvo la mirada y se burló con una risa seca.
—¿Yo?
—¿Quién más si no tú? Siempre has tenido hambre de poder por este Lago Negro. Desde hace años quieres arrebatarle todo el control a papá y quedártelo para ti.
—¿Y tú qué? ¿No te gustaría lo mismo?
Dan le lanzó la pregunta con sarcasmo.
—No soy tan descarado como tú. Aunque quisiera, nunca traería fuerzas ajenas para meterlas aquí.
—¿La familia Allende? ¿La familia Méndez? ¿De verdad quieres que todo Lago Negro desaparezca?
—Lo único que quieres es destruirlo todo porque sabes que papá no va a dejarte nada. Como no lo puedes tener, lo revientas.
La voz de Cristian se fue elevando poco a poco hasta que terminó gritando, haciendo que todo el despacho retumbara.
Mientras descargaba su furia con argumentos sólidos, Dan simplemente lo observaba con una sonrisa burlona, como si nada de lo que dijera le afectara.
Cuanto más Cristian perdía el control, más indiferente y relajado se mostraba él.
—Suelta a Paulina y a Alicia. ¡No quiero nada de Lago Negro! ¿Eso te basta?
Cristian ya estaba a punto de perder la cabeza.
¿Quién querría heredar todo esto ahora? El que se quedara como jefe de Lago Negro acabaría despedazado por los Allende, los Méndez y hasta por Carlos...
Hace nada él y Dan casi se mataban por todo este poder.
Pero ahora, Cristian sentía que era como quedarse con un fierro ardiente que no podía soltar.
Patrick también miró a Dan.
—¿Oíste? Tu hermano dice que te lo deja todo.
Su voz sonaba áspera, visiblemente molesto.
La situación era tan crítica que no tenían más opción. Jamás pensó que Dan sería capaz de llegar tan lejos solo por el control de Lago Negro.
Dan soltó una risa seca.
—¿Y ahora qué hago? Ya anuncié que el jefe sería Cristian.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Heredera: Gambito de Diamantes