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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 877

Paulina colgó el teléfono de inmediato.

Quiso voltear, pero el hombre la sujetó con fuerza, besando su cuello de manera posesiva; sus manos tampoco se quedaron quietas...

Paulina se quedó sin palabras.

Esto no podía estar pasando.

—¿Qué te pasa? ¡Ya, para!

Se giró por instinto, pero antes de que pudiera levantar la cabeza, Carlos la atrajo hacia su pecho, envolviéndola en un abrazo que no admitía discusión.

De repente, Paulina sintió un aire diferente en Carlos. Algo gélido, pero también triste, y sobre todo, una rabia contenida...

Todo eso se mezclaba en él, y sus músculos, tensos como cuerdas, lo delataban.

Paulina forcejeó un poco y levantó la mirada desde el pecho de Carlos.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?

En el momento en que cruzó la mirada con él, Paulina vio, por primera vez, emociones distintas a la indiferencia en los ojos de Carlos. Había una mezcla de aguante y resentimiento, como si hubiera llegado a su límite.

—Tú...

No le dio tiempo de terminar. Carlos le tomó la cara con ambas manos y la besó.

Paulina se quedó petrificada.

Ese beso era intenso, dominante, ardiente.

Y toda esa tristeza y rabia que sentía Carlos se desbordó en ese instante.

Paulina, que pensaba empujarlo, terminó rodeando la cintura del hombre con los brazos, aferrándose a él como si no pudiera hacer otra cosa.

Carlos siempre había sido alto y corpulento.

Paulina, en sus brazos, parecía tan pequeña como una muñeca.

Pasaron algunos segundos...

Hasta que el rostro de Paulina se puso completamente rojo por la falta de aire y, solo entonces, Carlos la soltó. Al ver su expresión de ahogo, toda la tormenta de emociones que lo había envuelto desapareció de golpe.

Dejó escapar una risa sarcástica.

—Ay, qué poca aguante tienes...

Paulina se limpió la boca, aún jadeando.

—¿Por qué estabas así hace rato? Desde que viste a Patrick te pusiste raro. ¿Qué te dijo?

No podía evitarlo: la presencia de Patrick le resultaba extraña y desagradable.

Un padre no debería ser así, pensó Paulina, menos aún frente a su hija.

Ese tipo no merecía el título de padre.

Nunca debió serlo.

Carlos volvió a abrazarla, presionando su cabeza contra su pecho.

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