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La Heredera: Gambito de Diamantes romance Capítulo 909

En cuanto Mathieu escuchó el ruido en la parte superior de la escalera, se quedó helado y miró hacia el segundo piso con los ojos desorbitados, como si hubiera visto un fantasma.

En ese instante, abrazó todavía más fuerte las piernas de Isabel, casi como si su vida dependiera de ello.

Isabel solo pudo quedarse en silencio, incómoda.

Esteban, con la mirada entrecerrada, soltó:

—Te aconsejo que la sueltes de inmediato, o te vas a quedar sin manos.

Cada palabra sonó como una sentencia, cargada de amenaza y enfado.

Ante esa advertencia tan directa, Mathieu titubeó y estuvo a punto de soltar a Isabel. Sin embargo, al siguiente segundo, se aferró aún más, como si fuera un niño asustado.

Isabel suspiró, sin saber si reír o llorar.

Esteban lo fulminó con la mirada, ya perdiendo la paciencia.

Mathieu, desesperado, comenzó a balbucear mientras no soltaba a Isabel:

—Isa, me prometiste hace rato que me ibas a ayudar, ¡tienes que salvarme!

Parecía al borde del pánico.

Si alguien hubiera visto la cara de Mathieu en ese momento, habría jurado que estaba escapando del mismísimo infierno. En el fondo, no era para menos; el ambiente en Horizonte de Arena Roja lo tenía fastidiado. Allá tenían que tomar agua de charcos llenos de lodo, y ni hablar del agua para bañarse… en realidad, ni siquiera había.

Esteban, cada vez más molesto, le lanzó una mirada letal:

—¡Mathieu!

Isabel intervino de inmediato, intentando aplacar la tensión:

—Ay, amor, no seas así, de verdad está sufriendo… seguro tiene meses sin bañarse.

Apenas Mathieu la soltó, el hedor volvió a flotar en el aire. Isabel estuvo a punto de vomitar.

Al ver la incomodidad de Isabel, Esteban bajó las escaleras en dos zancadas y estuvo a punto de soltarle una patada a Mathieu para apartarlo.

Por suerte, Mathieu fue lo suficientemente rápido para esquivarla.

Pero justo en ese instante, al moverse, el olor se esparció por toda la sala como una nube tóxica.

Isabel no aguantó más:

—¡Guácala…!

Esteban se quedó pasmado.

Isabel, embarazada y con el olfato más sensible que nunca, sentía que de verdad iba a vomitar. Por lo general, Esteban siempre lograba controlar sus emociones, pero en ese instante hasta él tuvo que arrugar la frente, sintiendo que el dolor de cabeza le subía hasta las sienes.

Mathieu, todavía aferrado a la esperanza, miró a Esteban y le suplicó:

—Hermano…

Pero Esteban, con la cara desencajada, solo pudo gruñir:

—¡Vete a bañar ya!

—¿Eso quiere decir que me perdonas?

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