En lo de aquella noche, Dan ya ni sabía cuántas veces había tenido que repetir su versión.
De todas formas, intentó explicarle a Vanesa pero ella ni caso. Yeray también intentó hablar con ella y fue igual: Vanesa no le creyó.
Así que así estaban las cosas…
Nadie sabía ya cómo hablarle a Vanesa para que, por fin, les creyera.
...
Paulina había decidido no dirigirle la palabra a Eric.
Y justo en medio de ese caos, le entró una llamada. Aturdida, contestó casi en automático.
—¿Mamá?
En cuanto escuchó la voz al otro lado de la línea, Paulina no pudo aguantar y rompió en llanto.
—Mamá, ¿dónde estás?
—¿Por qué lloras? ¡Qué cosa tan poco valiente! —dijo Alicia Torres, con ese tono dulce y regañón que solo una madre puede tener. Se notaba en su voz que seguía siendo esa mujer fuerte, con una energía arrolladora.
Había estado desaparecida tanto tiempo y, aun así, para Paulina seguía siendo la mamá de siempre, la que enfrentaba todo con coraje y decisión.
Paulina, sintiéndose aún más vulnerable, se sonó la nariz.
—Es que no puedo encontrarte, y me da miedo.
Hablaba desde el fondo de su corazón.
Estos días, Paulina se había consumido de preocupación, temiendo que algo malo le hubiera pasado a Alicia.
Desde que tenía memoria, siempre había vivido con su mamá, aunque ella casi nunca estaba en casa. Alicia trabajaba tanto que la mayor parte del tiempo Paulina lo pasaba con la niñera.
Pero aun así, su mamá era la única familia que tenía...
Al escuchar los sollozos de Paulina, Alicia endureció la voz:
—Nada de llorar, ya estás grande para eso.
—Es que me preocupas, mamá.
—¿Preocuparme? ¿Por qué? ¿Tú crees que esos idiotas me van a hacer algo? —respondió con ese aire desafiante que la caracterizaba.
Paulina se quedó muda.
¿Idiotas? ¿Así de tranquila estaba?
—Es que… se ven tan peligrosos —susurró Paulina, casi convencida de que su preocupación tenía sentido.
—Tranquila, hija. Nadie me va a hacer nada. Esos cabrones ni saben con quién se están metiendo —soltó Alicia, usando palabras que solo ella podía usar, tan segura de sí misma que a Paulina le dieron ganas de reír.
Paulina aspiró por la nariz.
—¿Dónde estás, mamá? ¿Por qué hasta ahora me llamas?
—¿Sigues en Littassili?

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