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La Madre No Reclamada romance Capítulo 8

Nadie sabía que ella sí estaba enamorada de Zacarías…

Es cierto que su padre la utilizó para escalar socialmente, y lo hizo de la peor manera, pero aun así, ella sí sentía algo real por él…

Quizás era por culpa. Desde el primer día que se casó con Zacarías, solo pensaba en tratarlo bien, en hacer de ese matrimonio algo auténtico, en quedarse a su lado toda la vida.

Pero, por más que lo intentara, el corazón de Zacarías siempre fue como una piedra: duro y distante.

Por fin entendió que hay personas cuyo corazón jamás se abriga, por más que insistas.

Esta vez, no iba a esperar más.

Secó sus lágrimas con el dorso de la mano, subió las escaleras, abrió el armario, sacó la maleta y empezó a meter toda su ropa. Así, sin mirar atrás, cruzó la puerta y salió…

Al día siguiente.

Feli seguía dormida.

Zacarías no la despertó. Se vistió y bajó al primer piso.

Silvia y Jazmín estaban platicando en la sala sobre ir a misa.

—Todos estos años he estado esperando el regreso de mi hijo —Silvia sonreía como si la luz le brotara del interior—. Ahora que por fin volvió, tengo que ir a la iglesia a dar gracias.

Zacarías había regresado y ella se notaba sinceramente feliz.

Jazmín la acompañaba, siempre tan amable.

—Señora, yo no tengo nada pendiente hoy. ¿Quiere que la acompañe a la iglesia? —le ofreció Jazmín con una sonrisa cálida.

—¿Y Feli…? —Silvia miró alrededor, preocupada porque nadie cuidara a su nieta.

—Puedo pedirle a Elvira que venga por ella —intervino Zacarías, sin perder la compostura. Ya lo tenía pensado.

En un rato más debía salir a la empresa, y no podía seguir pidiéndole a Jazmín, la maestra de Feli, que cuidara de la niña cada vez.

Además, fue la propia Elvira quien dijo que quería encargarse de Feli.

Zacarías se apartó a un rincón para llamar a Elvira. No sentía ningún peso en la conciencia.

Después de todo, lo de anoche no le importaba. Feli se había quedado dormida en la mansión, y Silvia insistió en que todos se quedaran, así que él simplemente pasó ahí la noche.

De todas formas, esa mujer siempre iba a esperar.

El celular, escondido bajo la almohada, sonaba sin parar.

Elvira dejó escapar una risa amarga.

—No, no te escuché.

Los ojos de Zacarías se entrecerraron, mostrando ese aire cortante tan suyo.

—¿No fuiste tú quien dijo que quería cuidar de Feli? ¿Ahora ni siquiera puedes venir por ella?

—¿Ah, sí? No quieras manipularme con tus sermones morales. Yo no la llevé, ¿por qué tendría que recogerla? El que la llevó, que la traiga de vuelta —respondió Elvira, tajante, sin ocultar su molestia.

Feli ni siquiera la quería, y si iba, solo recibiría malas caras.

Por si fuera poco, su suegra seguro encontraría pretexto para regañarla. No tenía ganas de ir a la mansión a buscarse problemas.

Si ya todos preferían a Jazmín y nadie le tenía paciencia, era hora de salirse de ese pozo.

Nadie sabía que, en el fondo, ella también quería el divorcio.

Después de tantos años, le quedaba claro que lo suyo con Zacarías no era un matrimonio real.

Él se había ido al extranjero durante cuatro años. No hubo llamadas, ni mensajes, ni videollamadas. Si quería ver a su hija, tenía que ir ella misma hasta el otro lado del mundo.

Eso no era normal. No tenían comunicación, ni interés, ni afecto entre ellos. No existía cariño, ni siquiera la más mínima cercanía.

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