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La Noche que mi Esposo Salió del Clóset, Yo Salí por la Puerta romance Capítulo 8

Doña Inés arqueó una ceja perfectamente depilada.

La firmeza en la voz de Olivia la tomó por sorpresa. No estaba acostumbrada a que la contradijeran.

—¿Ah, no? Ilumíname, entonces. ¿Qué catástrofe ha ocurrido que requiere mi atención esta noche?

El sarcasmo era tan afilado como un cuchillo.

Olivia respiró hondo.

Sabía que las próximas palabras cambiarían todo para siempre.

No había vuelta atrás después de esto.

Miró directamente a los ojos de la matriarca, esa mujer de hierro que valoraba el honor y el apellido por encima de todo.

Decidió atacar justo ahí. En el corazón de su orgullo.

—Vine a decirle la verdad sobre nuestro matrimonio.

—¿La verdad? —repitió Doña Inés, con una risa apenas perceptible—. La verdad es que eres la esposa del heredero de la Vega. Una posición que muchas mujeres matarían por tener. Deberías estar agradecida, no venir aquí con quejas.

—La posición no me importa —dijo Olivia, su voz clara y fuerte, resonando en el silencioso salón—. Me importaba el hombre. Pero el hombre con el que me casé no existe.

Doña Inés frunció el ceño, su paciencia comenzaba a agotarse.

—Deja de hablar con rodeos, niña. Ve al grano.

—Muy bien.

Olivia hizo una pausa, dejando que la tensión se acumulara en el aire.

Disfrutó el leve gesto de impaciencia de la anciana.

Y entonces, soltó la bomba.

—No estoy insinuando nada. Lo estoy diciendo. Su nieto, Yago de la Vega, el futuro de su imperio… es gay.

La palabra quedó flotando en el aire, escandalosa, profana en ese salón lleno de tradiciones y apariencias.

El rostro de Doña Inés perdió todo su color.

Era como si Olivia le hubiera dado una bofetada.

—Y no solo eso —añadió Olivia, rematando el golpe—. Me ha estado usando como tapadera durante tres años. Su matrimonio perfecto es una farsa para ocultar la verdad.

El silencio que siguió fue absoluto.

Se podía oír el tictac de un reloj de pie en el rincón, marcando los segundos de una realidad que se acababa de hacer añicos.

Doña Inés se quedó inmóvil, su mano apretando el brazo del sillón con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

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