Gabriel:
El dolor de cabeza era insoportable, y aunque no me guste reconocerlo mis padres tienen razón, ya no soy un jovencito que puede pasar la noche bebiendo y follando, odio reconocerlo, detesto saber que siempre seré diferente a mis hermanos, es como si no encajara en ningún lugar, ni siquiera en mi familia; lo había intentado, claro que lo hacía, ¿extrañaba ser asesino? Rayos, no, aunque dijera lo contrario, ¿el dormir con desconocidas me estaba perjudicando? Si, y eso me daba miedo, ya no tenía nada que experimentar, lo había probado todo, lo mejor, lo peor, todo, en estos 30 años había transitado mucho más de lo que cualquier anciano hubiese hecho en su vida, y sin embargo, aquí estaba, otro día más como el CEO de Teo&Ely y seguía sintiéndome fuera de lugar.
— Por favor, usemos el ascensor. — Emilia se queja a mi lado al verme caminar hacia las escaleras y sonrió.
— Te has vuelto perezosa. — refuto, pero luego recuerdo su pequeño bollo a media cocción. — Las embarazadas son problemáticas, ve por el ascensor, yo prefiero mantenerme en forma.
— ¿No es lo que haces todas las noches en alguno de tus gimnasios? — sí, eso se supone que hago, para mi familia mi vida está en orden, nada más lejos de la realidad, hace meses que no pongo un pie en el pequeño pasatiempo que montamos con Baltazar.
— Aun así.
Solo eso digo, y comienzo a subir por las escaleras, tal vez debería pedir ayuda, hacerles saber que el asesino reformado ya no quiere ser CEO, pero entonces recuerdo que tampoco me tienta ser asesino nuevamente, no sé qué hacer conmigo. Lo malo de nacer siendo millonario, y tener todo a tu alcance, es que la vida se vuelve aburrida, muy…
Mi cabeza rebota contra el suelo, una pequeña pelota esponjosa me lanza allí y creo que alguien trata de matarme, estan intentando asfixiarme, con… ¿pechos?
— Dios mío, lo siento. — mi espalda cruje cuando la bolita esponjosa sobre mi intenta ponerse de pie. — Maldición. — murmura de frustración al no tener de donde hacer palanca para elevar su torso, lo sé porque veo sus brazos cortos sobre mis pectorales, aunque lo que más veo son dos enormes pechos balanceándose sobre mi rostro, y de pronto estoy tentado a morderlos. — Diablos. — se queja una última vez antes de… ¿rodar? ¿Ella acaba de rodar a un lado?
— ¿Qué? — aun en el cómodo piso alfombrado del descanso, giro mi rostro para observar a la cosita más linda que mis ojos han podido ver, ¿está gateando?
— Lo siento, déjeme llamar a emergencias. — su respiración agitada provoca que esos enormes pechos se muevan de forma hipnotizante.
— Estoy bien. — sus ojos se abren casi con terror, no sé si es por escuchar mi voz de fumador compulsivo o ver mi rostro tatuado, algunas personas hacen eso, juzgan con una sola mirada, otro error de mi juventud, arruinar mi rostro, que es la carta de presentación ante todos, aunque si debo ser honesto, me gustan mis tatuajes.
— Rompí su nariz. — murmura con sus mejillas enrojeciendo, aun bajo esa piel morena lo distingo, ventajas de tener buena vista.
— No es nada. — rebato y al fin me pongo de pie, ¡cosita linda! Es tan pequeñita, no debería sorprenderme, soy alto, creo que lo que me gusta es que es rellena, muy rellena y suave.
— Por favor, permita que lo acompañe a la enfermería, esta empresa debe tener una, pienso pagar por el daño causado. — dijo entregándome un pañuelo descartable, el cual tomo solo para tocar su piel.
— Puedes acompañarme donde sea, aunque repito que no es necesario. — con un fuerte movimiento acomodo mi tabique, y la sangre cae con más fuerza, causando la cara de asco del pequeño bollito de azúcar a mi lado.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La obsesión de un Ángel.