—¡No. No tienes derecho a exigirme nada! —exclamó Scarlett, con voz firme pese al nerviosismo que intentaba ocultar.
Arzen dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellos con una determinación feroz. Pero ella se mantuvo firme, aunque cada fibra de su ser le gritaba que retrocediera.
—Tengo todo el derecho, Scarlett. Porque sigo siendo tu Alfa, y tú... —se detuvo frente a ella, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento—. Tú todavía eres mi Luna, lo quieras o no.
El desafío en sus palabras era claro, pero lo que Scarlett leía en su mirada contaba otra historia. No era solo ira lo que veía en esos ojos verdes, sino también una chispa de algo más, algo que no debería estar ahí, dadas las circunstancias.
—Solo fui tu Luna por conveniencia —replicó ella, inclinando la cabeza con desafío y negándose a dejarlo tener el control—. Así que no esperes que me someta a ti y menos que acepte tus tontas condiciones.
Arzen gruñó, un sonido bajo y peligroso que reverberó en el silencio del estudio. Se acercó más, hasta que un solo paso podría haberlos fundido en uno solo. Scarlett podía sentir la tensión entre ellos, eléctrica y peligrosa.
—¿Y si te dijera que no busco sumisión? —susurró él, sus palabras rozando los labios de ella como una caricia prohibida.
Ella tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza. La proximidad de Arzen era abrumadora, su presencia como una tormenta a punto de estallar.
—No me toques, —escupió alejándose —¿Necesitas que te recuerde que tú también has hecho cosas? ¡¿Que casi matas a tu propio hijo?!
Él tragó y no pudo ocultar su mirada culpable.
—No quería hacer lo que hice, Scarlett —dijo, con la voz llena de temor y culpabilidad —. Solo dame una oportunidad. Una para recuperarte a ti y a mi hijo.
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