—¡Vicente! —En cuanto Brenda vio la escena, se soltó del abrazo de Dionisio y corrió a abrazar a Vicente, con el corazón hecho trizas al verlo así.
Miranda también se apresuró a acercarse y revisarlo.
—El pequeño Vicente ya lleva dos golpes hoy. En la familia Olivares solo hay este chiquitín. Si le hacen daño, ¿cómo le van a explicar eso a la abuela?
Vicente no pudo aguantar más y se puso a llorar a gritos.
—¡Uuuh! Señorita Brenda, la mala mami me pegó. No quiero que ella sea mi mami, quiero que tú seas mi mami.
A Brenda casi se le partía el alma. Le acarició la carita a Vicente con suavidad.
—Tranquilo, no llores, ven, deja que la señorita te revise.
Dionisio se veía furioso.
—¡Kiara, ¿qué te pasa hoy?! —le soltó, con el ceño bien marcado—. Vicente es solo un niño, ¿cómo puedes ser tan dura con él?
Pero Kiara ni los miró. Solo se quedó observando con asombro a Brenda y a Vicente.
No podía dejar de notar cuánto se parecían Brenda y su hijo. Era como si los hubieran sacado de un mismo molde: esos ojos rasgados, la barbilla afilada, las cejas delicadas... Incluso Miranda tenía esos mismos ojos tan particulares.
De pronto, una idea aterradora se apoderó de la mente de Kiara. Sintió como si le echaran un balde de agua helada.
¿Y si Vicente no era realmente su hijo?
...
Cuatro años atrás.
Por petición de su abuelo, Kiara había aceptado conocer a Dionisio en una cita arreglada.
Ambos eran hijos únicos de familias poderosas, y la presión por tener descendencia era enorme. Así que, tras casarse, tener hijos se volvió la prioridad absoluta.
Poco después de la boda, Dionisio le confesó que tenía problemas de fertilidad y no podía dejar embarazada a ninguna mujer. Por eso, recurrieron al hospital y a la fertilización in vitro.
Kiara colaboró en todo el proceso, pero siempre supo que podía haber errores en ese tipo de procedimientos.
...
Mientras Brenda consolaba a Vicente, aprovechó para lanzarle una mirada de reproche a Kiara.
—Oye, cuñada, si estás de malas, desquítate conmigo, pero ¿cómo vas a desquitarte con un niño? Eso sí que no se vale. Así solo demuestras que te falta corazón.
Kiara le contestó con una voz seca.
—¿Desde cuándo necesito tu permiso para educar a mi propio hijo?
El ambiente se volvió más pesado. Dionisio, con cara de pocos amigos, intervino:
—¿Qué te pasa hoy, Kiara? Yo no vine a pelear contigo, así que mejor cálmate y discúlpate ahora mismo con Miranda y Brenda.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Sangre No Miente, Pero Él Sí