—Señor Benjamín, ¿en qué piso vive? Yo le ayudo a apretar el botón del elevador.
Benjamín no dijo nada, solo levantó la mano y presionó el botón del piso 32. Luego, la retiró en silencio.
Él no decía una palabra, pero su presencia era imposible de ignorar.
Petra no pudo evitar sentirse incómoda. Levantó la mano para seleccionar el piso donde vivía, pero notó que el botón ya estaba iluminado.
Se quedó un poco sorprendida.
—¿Señor Benjamín, también vive en el piso 32?
Benjamín no respondió.
—Qué coincidencia —soltó, con un tono un poco incómodo.
Como él no respondía, a ella también se le acabó el entusiasmo para seguir hablando.
En el fondo, Petra sentía una mezcla de admiración y fastidio por quienes practican el silencio como forma de castigo. ¿Cómo le hacen para resistirse a hablarle a la otra persona?
El elevador tardaba en llegar al piso 32. El espacio era pequeño, y solo estaban ellos dos ahí dentro. El silencio era tan denso que Petra sentía que hasta su respiración sonaba demasiado fuerte.
No podían quedarse así, en esa tensión, ni ellos como personas ni sus familias, ni el Grupo Calvo ni el Grupo Hurtado.
—Señor Benjamín...
Petra rompió el silencio con un susurro.
Benjamín bajó la mirada y la observó.
Petra le regaló una sonrisa. Al menos no era que él la ignorara por completo; por lo menos, ya la estaba mirando de frente.
—La verdad, hace rato mi hermana me llamó, pero no dijo nada. Si quiere saber algo de ella, cuando regrese a San Miguel Antiguo, puedo...
No terminó su frase, fue interrumpida de inmediato.
—¿Quién dijo que quiero saber de ella?
Mira nada más, seguía firme en su postura.
Si tanto le costaba, ¿por qué no se quedaba callado como antes y ya? ¡A ver si era tan fácil!
Petra ya se esperaba una reacción así.
Ella siguió hablando, ignorando su actitud.
—Mi hermana siempre ha sido una persona muy fuerte. Cuando mi abuelo decidió que ella sería la heredera, saltándose a mi papá, la presión que tuvo que soportar fue mucho mayor que la de cualquier otra chica. Su carácter fuerte es solo una coraza.
En ese momento, las puertas del elevador se abrieron.
Benjamín desvió la mirada y salió, evitando que ella pudiera descifrar algo más de sus emociones.
Petra salió tras él, viendo cómo se alejaba. No pudo evitar suspirar y decir en voz baja:
—Ninguno de ustedes es tan valiente como yo.
El hombre que iba delante se detuvo en seco y se giró de pronto.
Petra se sorprendió por un instante, pero le sostuvo la mirada sin titubear.
—¿A poco no es cierto?
Benjamín no apartó la vista. En sus labios se asomó una sonrisa sarcástica, sus ojos apenas dejaban ver sus emociones, y su voz, ronca y tranquila, vino como una brisa helada.
—A veces dudo si eres lista o si, de plano, eres una ingenua.
Petra se quedó callada.
¡Otra vez atacándola!

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