Dejar que ella comiera con Benjamín era condenarla a una incomodidad tan grande que preferiría cualquier otra cosa, incluso algo peor.
—Mejor no —dijo, negando con la cabeza.
Héctor intentó persuadirla, pero justo en ese momento el llamativo carro rojo de Belinda se detuvo tras el de Benjamín. Ella bajó la ventana y agitó los brazos con exageración, saludando con entusiasmo.
—¡Petra, por aquí!
Los ojos de Petra se iluminaron al verla y, sonriendo, respondió al saludo.
—¡Ya voy!
Luego, volviéndose hacia Héctor, bajó la voz y murmuró:
—Entonces, me adelanto.
Héctor asintió, todavía sorprendido.
Petra apenas iba a dar el primer paso cuando la ventana del carro de Benjamín comenzó a descender. Se preparó para saludarlo, pero antes de decir algo, él la interrumpió con un tono seco dirigido a Héctor.
—¿Vas a arrancar o piensas quedarte platicando todo el día?
Héctor alzó las cejas, resignado, y se metió de nuevo al asiento del conductor.
Petra, incómoda, trató de despedirse a pesar de la tensión.
—Señor Benjamín, ya me voy.
Benjamín levantó la vista, mirándola fijamente.
—¿Qué pasa? ¿Esperas que te ruegue para que te quedes?
Petra se atragantó con sus propias palabras, forzando una sonrisa incómoda.
—No, para nada.
Benjamín la miró de arriba abajo, su expresión era tan distante que parecía que nada de lo que ella hiciera le importaba.
—Si no es así, entonces ¿qué esperas? Anda, vete.
Las palabras la tomaron por sorpresa. Ni siquiera tuvo tiempo de responder cuando la voz de Belinda volvió a sonar, apresurada.
—¡Petra, vente! ¡Ya nos tenemos que ir!
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