Ella trabajaba en Grupo Hurtado, y hoy otra vez había llegado acompañándolo, ¿no era obvio que estaba de su lado?
Los ojos oscuros y profundos de Benjamín se entrecerraron un poco. Observó cómo, mientras le hablaba con el ceño fruncido, Petra también le lanzaba gestos coquetos y hasta juguetones. Benjamín dejó escapar una ligera sonrisa, como si aceptara el juego, y al final accedió.
—Bueno.
Al escuchar la respuesta de Benjamín, la sonrisa de Petra se ensanchó. Sin soltarlo, lo jaló directo a la mesa de juego.
Catalina apretaba la mandíbula con fuerza, deseando casi romperse los dientes del coraje.
Petra le indicó a la servidumbre de la familia Ruiz que trajeran un banco sin respaldo para ella, y le cedió la silla con respaldo a Benjamín, para que pudiera estar justo detrás de ella y aconsejarle sin problemas.
Florencia observaba atentamente a Benjamín sentado a espaldas de Petra. Sus largas piernas se abrían a los lados del banco de Petra, y, visto de perfil, parecía que Petra estaba sentada entre sus brazos.
La mirada de Florencia se endureció un poco, sus ojos dejaron ver un destello de molestia. Pero, con Benjamín presente, no le quedaba más que morderse el comentario.
Comenzó la partida.
—Nadie trajo tanto efectivo, ¿qué les parece si usamos fichas y al final transferimos el dinero?
Mientras Berta hablaba, sacó las fichas y repartió a cada quien.
—¿Cuánto vamos a apostar? —preguntó Florencia, con un aire despreocupado.
—Ya que la señorita Petra es nueva en esto, juguemos bajo. Que la apuesta mínima sea de cincuenta mil, y de ahí doblamos. Que sea hasta el final, a todo o nada.
Berta arqueó las cejas, adivinando las intenciones de Florencia, pero no dijo nada.
Belinda frunció el entrecejo y murmuró:
—¿No es mucho?
Florencia sonrió tranquila, y replicó con voz suave:
—¿Eso te parece mucho? En el peor de los casos, solo perderán lo que cuesta un bolso de diseñador. ¿Verdad, señorita Petra?
Petra mantuvo su sonrisa, sin mostrar nervios, y contestó:
—No sé mucho del tema, así que lo que digan todos me parece bien.
Florencia alzó la mirada, un brillo oculto en los ojos.
—Entonces queda así.
Florencia, al principio, todavía lograba mantener una sonrisa educada. Pero después de un par de rondas, esa sonrisa desapareció poco a poco.
No era el dinero lo que le molestaba, sino la cercanía y complicidad entre Benjamín y Petra.
Cuando Petra ganó otra vez, Florencia volvió a quedar en último lugar. Tiró las cartas con fuerza sobre la mesa, los ojos brillando con una molestia evidente.
Al notar que su enojo se estaba notando demasiado, enseguida se recompuso, tomó sus fichas y fingió una sonrisa.
—No sé qué estarán haciendo Jaime y su hermano, que ni aparecen por aquí. Nos dejan a Benjamín y Víctor esperando, qué aburrido para ellos.
Berta no respondió nada.
Sentada justo en frente de Petra y Benjamín, podía ver claramente las emociones reflejadas en la mirada de Benjamín.
Estaba claro que Benjamín disfrutaba mucho de aconsejar a Petra durante el juego.
Cada vez que Petra le preguntaba cómo jugar, Benjamín se inclinaba hacia ella con una mirada tan dulce que parecía que de ahí podían salir hilos de azúcar.
¿Aburrido? Para nada. Más bien parecía que no se cansaba de estar ahí con ella.
Berta pensó que hacía mucho tiempo que no tenía una partida tan entretenida. Jamás imaginó que algún día podría espiar de cerca los pensamientos de Benjamín.

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