A decir verdad, todo se debía a lo que había dicho Leandro sobre las inversiones.
—Oh, por supuesto, no te preocupes —dijo Zamira de repente—. Voy a devolver los cinco millones; con suerte, vamos a atraer algunas inversiones lo antes posible.
—No tienes por qué hablar así. ¿Por qué estamos discutiendo sobre esto? —Leandro sonrió.
—Pero también tienes que devolver el dinero que pediste prestado, ¿no es así? ¿Cómo piensas hacer eso? No tienes dinero.
Leandro asintió con la cabeza al escuchar eso.
»Cuando ganemos suficiente dinero con este proyecto, tengo planeado comprar una casa. Nosotros no deberíamos vivir con mamá y papá —añadió Zamira.
—¿Todavía recuerdas dónde íbamos a vivir cuando nos casamos? —preguntó Leandro al recordarlo de repente.
—Sí. Tú mismo diseñaste esa casa. ¡Era perfecta! ¡Qué desperdicio! —se lamentó Zamira.
—Voy a recuperar esa casa —dijo Leandro.
—Leandro, ahora ese lugar le pertenece a la Familia Gutiérrez. No vayas a hacer nada imprudente. No puedes pelear contra ellos. —Zamira intentó persuadirlo.
—No te preocupes.
Él estaba determinado a recuperar lo que la Familia Gutiérrez le había quitado.
Al día siguiente, Zamira estaba ocupada buscando inversiones mientras Leandro se quedó en casa. Él no quería tomar las medidas necesarias hasta que Zamira se topara con un obstáculo. Mientras fumaba en el sofá, Aarón y Catalina lo miraron con una expresión resentida y fruncieron el ceño.
—¡Apaga el cigarrillo y ven conmigo! ¡Tengo algo que decirte! —dijo Aarón con frialdad mientras miraba a Leandro con hastío.
Leandro apagó su cigarrillo e hizo lo que le pidió.
—¡Suegro, vamos al grano!
Aarón frunció el ceño con más furia.
—¿Acaso no sabes por lo que estamos atravesando en estos momentos?
—Me parece que estamos bien. —Leandro sonrió—. Obtuvimos el proyecto y nuestro futuro será brillante, siempre y cuando obtengamos algunas inversiones.
—Sí, y el hecho de que Zamira tenga un futuro prometedor es lo que te pone en riesgo.
—¿Qué? —La expresión de regocijo que Leandro tenía en su rostro se transformó en una de confusión.
—Ya deberías saber que, una vez que Zamira termine su proyecto, su capital neto se incrementará por varios miles de millones. Ella asegurará su posición en Colina del Norte a partir de ese momento. ¿Crees que seguirás siendo digno de ella para ese entonces? —dijo Aarón con sinceridad—. No estoy dudando de tus habilidades, pero tienes que entender que acabas de salir de prisión y las cosas han cambiado en los últimos seis años. No será fácil comenzar un negocio otra vez. Esas diferencias entre ustedes dos solo se irán incrementando con el paso del tiempo.
—Él tiene razón —asintió Catalina—. ¡Te pasas el día holgazaneando sin hacer nada! Ni siquiera tienes un trabajo decente. ¿Crees que eres digno de estar con mi hija?
—¡Así es! Solo piensa en la humillación que sentiría Zamira si todavía eres su esposo para ese entonces. ¡Ya encontraremos el momento adecuado para hablar con Zamira sobre su divorcio! ¡Esto es lo mejor, tanto para ti como para ella! Prepárate —dijo Aarón suspirando.
Leandro se rio entre dientes.
—Suegros, ¿esto es a lo que llaman romper los lazos?
—¿Qué quieres decir con eso de «romper los lazos»? ¿De verdad crees que fuiste tú quien consiguió este proyecto? Tú solo pusiste un granito de arena. Este proyecto lo obtuvimos gracias al talento de Zamira, ¿queda claro?
—Sí. En otras palabras, ¡este asunto no tiene nada que ver contigo!
Todo lo que Leandro pudo hacer al respecto fue sonreír de manera disimulada. Luego anunció:
—Pueden estar tranquilos, suegros. ¡Yo haré que Zamira sea la mujer más feliz del mundo!
Catalina lo miró encolerizada.
—¿Y cómo pretendes hacer eso? ¡Ni siquiera tienes una casa! Puede que te hubiese creído cuando tenías aquella enorme casa, ¿pero ahora? ¡Solo eres un pobretón que no tiene ni dónde caerse muerto! ¡Y, además, estás viviendo en mi casa! ¿No te da vergüenza? Vete por un par de días. No quiero verte por un tiempo.
—Sí. Zamira ha estado muy ocupada estos últimos días y se distrae con facilidad cuando te tiene cerca —añadió Aarón.
Leandro no estaba enojado porque lo hubiesen echado de la casa. Esto era una deuda que tenía con Zamira. Al bajar las escaleras, un Rolls-Royce Phantom se estacionó frente a la casa. Dragón Azul se bajó del auto y lo saludó.
—¡Guerrero Supremo, después de usted!
Leandro entró al auto.
—¡Aarón, ven rápido! —gritó Catalina de repente mientras miraba a través de la ventana—. Creo que Leandro acaba de subir a un auto lujoso.
Justo en ese momento, llegó un Porsche Panamera y el ama de llaves fue de inmediato a abrir la puerta.
Mateo, vestido de traje, bajó apoyado en su secretaria, que iba vestida con un traje de negocios. Era muy hermosa; sus largas piernas en medias negras resultaban atractivas en particular.
Como llegaban juntos, era obvio que andaban en alguna intriga.
—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Mateo. Se apreciaba el disgusto en su rostro al mirar a las dos personas paradas frente a la casa.
Leandro se giró despacio. En la fracción de segundo en que sus ojos se encontraron, Mateo se llevó el susto de su vida. Sucede que se había ido de viaje de negocios durante el banquete de celebración de la Familia Gutiérrez, por lo que no había visto a Leandro hasta hoy. En ese momento, solo pudo sentir un terror ciego.
A diferencia del resto de la Familia Gutiérrez, Mateo sentía temor psicológico y respeto por Leandro. En especial, desde que le había hecho algo despreciable; no podía mirarlo a los ojos.
—Parece llevar una buena vida, ¿eh, Señor Gálvez? —le preguntó Leandro con una sonrisa en el rostro.
—¿Qu… Qué haces aquí? —preguntó Mateo temblando.
—¡Vine a ver mi casa! —Leandro miró alrededor.
—Esta casa no tiene nada que ver contigo ahora. ¡Así que vete! —Mateo respiró hondo y lo miró.
Leandro sonrió.
—¿Y si no lo hago?
La secretaria de Mateo, Reina, lo fulminó con la mirada.
—¿Quién te crees que eres? ¿Cómo te atreves a comportarte como un bárbaro? ¡Vete ahora mismo! O informaré al Sr. Arnaldo, ¡y te arrepentirás de esto!
Cuando escuchó el nombre de Arnaldo, Mateo se armó de nuevo de valor y replicó:
—Leandro Gutiérrez, teniendo en cuenta que eras mi jefe, no te voy a poner las cosas difíciles. ¡Así que, por favor, vete ya!
—¿Quién te crees que eres para ponerme las cosas difíciles? —Leandro lo menospreció.
—¿Por qué no te miras en el espejo, Leandro? ¡Ahora eres un don nadie! ¿Cómo te atreves a hablarle así al Señor Gálvez? —dijo Reina con desdén—. ¡Ponte de rodillas y sal arrastrándote de aquí!

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