Cap. 14: HIJOS
Ricardo estaba furioso, sus ojos estaban tan azules y chispeantes que Isabel se quedó trémula en su asiento sin poder refutarle nada de lo que decía.
—Nuestra separación es nuestro problema, pero los niños son mis hijos, no tenías por qué decidir por mí, tu silencio nos separó por mucho tiempo, violaste mis derechos como padre, pero eso no es lo más importante Isabel, lo más importante es que violaste el primordial derecho de ellos como niños “conocer y disfrutar de su padre”… Tu deber era informarme que ellos estaban en tu vientre cuando saliste de mi casa y tú lo sabes—le gruñó.
Se dio la vuelta con los puños apretados y salió de aquellas paredes.
Ricardo fue hasta donde estaban los niños jugando frente a aquél hombre en la playa. Los llamó.
—¡Ricardito! ¡Marcus! —Los dos niños corrieron a su encuentro, pero Maiara se arrinconó al lado de Alberto, que la cargo y levantándose, se dirigía a la casa de Isabel.
—Maiara —le dijo Ricardo, poniéndose en el camino de Alberto para detenerlo, se dirigió a la niña, extendiéndole los brazos—. Ven, mi amor.
La niña abrió sus ojitos tan expresivos como los de su madre pero tan azules como los de su padre, miró a sus dos hermanos, y como siempre Marcus la incentivó con sus palabras.
—¡Maiara! Ve, ve con él, él es… —se volvió buscando apoyo en Ricardito—. Amigo de Marcus y Ricardito, ¿Ricardito, verdad? ¿Tú, yo amigos de él? —Ricardito asintió y Maiara se fue a los brazos de Ricardo quien la apretó con tanto amor y después la separo para ver su carita y besó su mejilla cariños. Los ojos de Ricardo denotaban la emoción de ese momento. Isabel los miraba desde la distancia y hasta allí le llegaba ese aura de amor tan inmediato de Ricardo por sus hijos. Ella se veía como la única culpable de lo que estaba pasando.
Pero lo hizo por su corazón de madre temeroso y sólo logró despertar la ira de Ricardo del Hoyo y ahora su preocupación era mayor.
***
Ricardo y sus hombres regresaron a Madrid esa misma tarde. Al subir a su jet, aún venía echando chispas, pero al tranquilizarse y recordar todo lo vivido hacía escasos minutos, entonces se abrió paso una gran tormenta en su corazón, el rostro de Isabel y su silencio atemorizado.
« No sería capaz de quitarle a sus hijos, pero ¿cómo puede decirme que son de ese hombre? ¡Maldita sea!
No quiero que sigan ahí, en ese lugar, mis hijos se merecen lo mejor, Isabel se merece lo mejor. Ahora mismo siento un tormento, ¿cómo pudo mi pobre Isabel con esto ella sola? Mi pobre Isabel ha tenido que trabajar tan duro para lograr sacar adelante a mis hijos sin mi apoyo, sin la fortuna familiar, sin el apoyo de sus padres. Me siento tan culpable. ¿Cómo pude decirle esas cosas y dejarla con esa angustia y ese temor? Ella es la madre de mis hijos y es una gran mujer »
« Tengo que lograr encontrar las pruebas de que ella es inocente de todo lo que pasó hace 5 años atrás, para que ni mis padres ni nadie tenga dudas sobre eso, porque hoy más que nunca estoy convencido de que ella es inocente. Para entonces ya tenía a mis hijos en su vientre, y ella no es una cualquiera, sigue siendo la misma dama que un día entró, de mi brazo a la mansión », pensó Ricardo esbozando una sonrisa.
Al llegar a la mansión Ricardo se encontró a Eneida muy arreglada, con ropa de casa insinuante.
—¿Estás esperando a alguien? —le dijo serio—. Porque si estás esperando a algún amigo así, te advierto que no es apropiado.
A Eneida le brillaron los ojos, sintió que logró llamar su atención. Se levantó y se le acercó seductoramente.
—Ricardo, ¿crees que soy atractiva?
—¿Qué dices?
—O sea hermano, si no fueses mi hermano, que no lo eres, ¿Te fijarías en mí?
A Ricardo le incomodó el cómo preguntó y le repreguntó él:
—Ah, ¿ya está mejor, don Iker?
—Ya estoy bien muchacho. Gracias. Ricardo le llamo porque yo estuve por allá, le fui a entregar a su hijo, ya que mi hija no ha tenido la delicadeza de decírselo, yo quise que usted lo supiera y lo conociera y además yo mismo se lo llevé hasta la puerta de su casa. Es su hijo, debe tenerlo con usted, Isabel es una mujer sola y los hijos varones necesitan de un hombre de mano dura que los sepa criar.
—Don Iker, con dodo el respeto que usted me merece, estoy en total desacuerdo, Isabel no merece una canallada de ese tamaño. Isabel sola ha salido adelante con los trillizos.
—¿Qué dijo? ¿Los trillizos?
—Ah, entonces usted no sabe… Es que mi Isabel me ha dado tres hijos, son trillizos, dos varones y una bella niña, y están próximos a cumplir sus 5 años, y hasta ahora ella sola los ha sacado adelante. Tiene casa, quizás no en el mejor de los lugares pero Isabel ha demostrado cuan fuerte y capaz es, hoy usted debería sentirse orgulloso de eso en vez de estar separándola de su hijo y propiciando que los niños, estando tan pequeños, no estén juntos. No estoy de acuerdo con eso Iker. Así que no lo vuelva a hacer.
Iker del Castillo estaba, no sólo sorprendido por la noticia sino que multiplicó enseguida por 3 lo que podría obtener de los Del Hoyo.
Ricardo se despidió de Iker y se quedó pensando en voz alta.
—No tengo por qué quitarle a sus hijos, lo que tengo que hacer es recuperarlos y traer a mi familia devuelta a esta casa.
« ¡Maldita Isabel Del Castillo! Eres tú otra vez. Algo tengo que hacer y algo definitivo, porque no permitiré que Ricardo sucumba de nuevo a ti, por sobre mi cadáver él y tú vuelven a estar juntos », A su espalda, una Eneida enfurecida y con celos y pensamientos malvados le estaba escuchando.

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