Aria
—Piérdete —le exijo a Rowan en voz baja—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—No estoy aquí por gusto, querida —me dice con tono desdeñoso—. Pero nuestro querido jefe te conoce e intuye que te vas a ir.
Miro a mi compañero de trabajo totalmente estupefacta. No puedo creer que su control llegue hasta este punto.
—Lárgate de aquí —reitero—. No quiero salir contigo.
—Entonces regresa a casa y los dos nos ahorramos el horror de vernos el uno al otro. —Se cruza de brazos.
—De acuerdo, pero vete. Vete, Rowan.
Me meto de nuevo en la casa. Jackson detiene lo que está haciendo y alza los brazos, preguntándome sin palabras qué hago aquí.
—Tranquilo, solo olvidé mi cartera.
No lo dejo hablar y corro de nuevo a mi habitación. Me encuentro bastante mal y desearía solo hundirme en la cama, pero no pienso arruinar el día especial de mi hermano, así que, vigilando que Rowan no esté merodeando por la casa, me salgo por la ventana de mi habitación, la cual da hacia el patio. No me molesto en decirle nada a Jackson, él sabrá que me fui por ahí para no molestar.
El viento que hace no representa alivio alguno para mí; por el contrario, me abruma cada vez más y más. Aunque sepa que no es así, me siento extraña de caminar libremente por la calle. Al señor Elwood, desde que comenzamos lo nuestro, no me permite salir sin John o sin Rowan. Incluso en algo tan simple como lo es ir al supermercado, tengo que ir con escolta.
—Al diablo con él —mascullo enojada.
Camino sin rumbo fijo durante un rato hasta que llego a un parque, el cual está casi vacío, pero todavía hay niños jugando. Mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en mi bebé y en mi deseo de que él o ella sea feliz. No me importa qué tenga que hacer para conseguirlo, pero duele mucho el proceso.
—Vas a ser muy feliz, mi pequeño. Nada te faltará —susurro mientras me llevo una mano a la barriga.
Decido sentarme en una banca, en donde está una mujer mayor alimentando a los pájaros. No me doy cuenta de quién es, pues lleva el rostro cubierto por una pañoleta y tiene puestos lentes oscuros.
—¿Mal día? —me pregunta.
—Algo así —suspiro—, mejor dicho, mala vida.
—Oh, cariño, eso suena muy mal.
—Es demasiado malo —digo con lágrimas en los ojos—. No sé qué hacer.
—¿Por qué? ¿Qué te ocurre?
—No podría contárselo, es… vergonzoso.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: LOS TRILLIZOS SECRETOS DE MI JEFE