En la mansión de los bosques de Muniellos, los vientos comenzaban a soplar en dirección contraria. Ayla observaba frustrada como los lobos de la manada London, parecían inquietos ante el soplar de aquel viento que arrastraba malos augurios. Habían pasado ya siete años desde que tomó el lugar de la Luna Génesis para ser la nueva Luna del Alfa Artem, sin embargo, no había podido darle un solo heredero. De su vientre muerto, nada había nacido.
Escuchando entrar a su nana loba, la miró con frustración. Artem nuevamente había faltado a su palabra.
— ¿Ya ha regresado el Alfa Artem? — cuestionó la loba de piel morena y ojos verdes.
La Nana negó.
— El Alfa Artem no va a regresar pronto, no hasta que encuentre a su verdadera Luna. — respondió.
Furiosa, la luna infértil arrojó la polvera que se hallaba sobre su tocador.
— ¡Yo soy la verdadera Luna del Alfa Artem! — gritó.
Aquella vieja loba no se inmutó.
— Eso no es verdad, después de todo…no le has dado un heredero al Alfa. — respondió.
Furiosa, la Luna Ayla salió de aquella habitación. Haría lo que fuera por mantener al Alfa Artem, aún así tuviera que cometer un sacrilegio.
En su habitación, Génesis se miró en el espejo. Sus ojos violetas destellaron como aquella noche en que fue rechazada por su Alfa destinado. Tomando aquella vieja caja de madera, tomó aquel collar que durante todos esos años mantuvo oculto. Aquella joya; la única reliquia familiar de su familia, tenía la función de mantenerla a salvó de todo peligro, y como si sus instintos dormidos despertarán, se colocó aquel collar de plata y oro en el cuello. La luna creciente, símbolo de su ancestral familia de lobos blancos, protegía a sus descendientes, y mientras la llevase puesta, nadie podría tocarla sin que ella lo permita primero.
Los Levana, su familia original; alguna vez considerados los hijos de la luna originales por su semejanza con ella, pasaron a ser marginados y considerados malditos después de la primera guerra entre clanes. Ella, la última descendiente pura de aquel extinto clan, fue tomada por el Alfa Maserati, el padre del Alfa Artem, para ser la Luna de su hijo y heredero y pudiesen aprovechar su vientre.
Criada para ser la única Luna de Artem, ella había perdido su propósito luego de aquel rechazó. Pero ahora tenía el control de su vida, y jamás nadie volvería a tomarla prisionera para ningún fin.
Viéndose nuevamente en el espejo, cerró sus ojos rogando a la Diosa Luna que activara el poder de su collar, y nadie más volvería a lastimarla. Saliendo a los jardines de su mansión, sea lo que sea que el viento trajera consigo, no iba a derrotarla.
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