— Bienvenido sea, señor Kingsley. —
El viento soplo furioso durante un instante, y las miradas violeta y ámbar no se agacharon ante el otro.
Aquella Luna rechazada, no se dejó intimidar por el Alfa que la desprecio, y aquella fiereza mostrada por la loba albina, calentaba la sangre de aquel macho de piel morena.
— Por favor, pasemos al comedor, esperamos que la cena sea de su agrado señor Kingsley, le aseguro que tenemos a los mejores chefs de la ciudad. — dijo Leopoldo invitando a todos a seguirlo.
Génesis apretó aquel dije de media luna entre sus dedos; la Diosa Luna la había escuchado, y Artem no había logrado tocarla a libertad. No sabía que era lo que aquel maldito Alfa quería de ella después de tantos años, no sabía si aquel reencuentro había sido solo una casualidad, pero no permitiría que la manada London y su Alfa, volvieran a tomar el control de su vida.
Sabiendo que aquel Alfa le miraba las espaldas, Génesis caminó hasta alcanzar a su prometido, Niccolo, y caminando junto a el, comenzó a entablar una amena charla.
Artem sintió que la sangre caliente de sus venas ardía en una rabia atroz y repentina al ver a su Luna rechazada junto a aquel simple humano de cabellos dorados. Años atrás, y tan solo unos meses después de expulsar a Génesis de la manada London, su sangre de Alfa comenzó a rechazar a la Luna Ayla. Aquel aroma que una vez encontró sensual y encantador, le comenzó a provocar náuseas. Noche tras noche, durante años que le parecieron interminables, únicamente el rostro de Génesis Levana le aparecía en sueños. Aquella loba rechazada, resultaba ser su verdadera Luna.
— Es aquí señor Kingsley, por favor, tome asiento. — ofreció Leopoldo.
Pronto todos tomaron asiento, y Génesis se sentó junto a su prometido. Artem sintió nuevamente su sangre furiosa que le exigía destrozar a aquel humano intruso que tocaba a su Luna con libertad, pero sabía que no podía solamente comenzar una carnicería. Aquel era el mundo humano, y los humanos, aunque débiles en su anatomía, eran potencialmente peligrosos, y odiaban a toda criatura que sobrepasara a su comprensión humana. No comprendía como Génesis había sido capaz de mezclarse entre ellos con tal soltura y naturalidad.
Los sirvientes pronto sirvieron las copas de vino blanco para todos, y tomando aquella copa, Artem la alzó ante Génesis.
— Su hija es particularmente bella, casi pareciera ser la encarnación de la Diosa Selene. — soltó repentinamente. — Creo que tenemos un gran futuro por delante entre nuestras compañías, es curioso pues la Diosa Selene es la inspiración ancestral bajo la que realizamos nuestros proyectos, nuestro nuevo tratamiento contra el cáncer se llama de esa manera. — terminó de decir Artem.
Niccolo Salvatore tomó la mano de Génesis para luego lanzar una mirada molesta al imponente moreno que parecía mirarlo con un deje de burla. Leopoldo tan solo sonrió; aquella no era ni sería la última vez que alguien alababa la belleza de su hija adoptiva, pues ciertamente tenía una hermosura única y sobrenatural. Tomándolo con inocencia, el hombre soltó una risa.
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