Al día siguiente, a las 7:40 de la mañana, Alice bajó las escaleras con una sola maleta, llevando consigo lo necesario. Había recibido un mensaje de texto del asistente de Damian Anderson, informándole que iría a buscarla para llevarla a la mansión Anderson.
El sonido de la maleta alertó a sus padres, quienes desayunaban.
—Buenos días —saludó Alice, intentando mostrarse fuerte, aunque por dentro estaba llena de dudas y temores. No había podido dormir; las imágenes de su futuro esposo con aquella hermosa mujer le jugaban una mala pasada en su mente.
—¿Te vas de viaje, hija? —preguntó su padre, con el rostro visiblemente enojado. Había leído algo en el periódico que lo tenía estupefacto.
—No, padre… Me iré a la mansión Anderson —respondió ella, titubeando, sabiendo lo mucho que se enojaría.
—¡Lo que me faltaba! —espetó él—. ¡Qué mañana tan abrumadora! Me entero de la traición de tu primo y luego mi única hija se va a los brazos de un hombre desalmado.
—Disculpen —intervino la sirvienta, quien ha trabajado por años para la familia Cooper, con respeto y reverencia—. Ha llegado un auto; un señor llamado Miguel Clarks busca a la señorita Alice.
—Han llegado por mí. Padre, por favor no me odies, es por nuestro bienestar…
—No puedo verte partir, esto no puede estar pasando —su padre dejó el periódico sobre la mesa y se marchó a su habitación.
—Madre… —Alice soltó un largo suspiro, viendo cómo su padre se marchaba sin siquiera desearle buena suerte.
—Admiro tu valentía, hija. Solo… te ruego que si ese hombre te hace daño, vengas a nosotros, no importa, mi amor, si lo perdemos todo y quedamos en la calle —la abrazó su madre, sollozando, lo que a Alice le partió el corazón.
—Estaré bien, te lo prometo —respondió Alice, con fuerza para no llorar—. Te juro que… haré lo posible para no perder nada, y menos esta casa, que está llena de hermosos recuerdos —tomó distancia.
—Estaré orando por ti, no importa la hora, llámame —dijo su madre, secándose las lágrimas. Alice asintió con la cabeza. Volvió a agarrar su maleta rodante y salió de la mansión.
Una camioneta de lujo de color blanco la esperaba.
—Buen día, señorita Cooper, soy el asistente Clarks, quien se comunicó con usted. Por favor, suba al auto —pidió con voz elegante y respetuosa—. La ayudaré con la maleta —dijo. Ella soltó su maleta para subir al auto, pero antes de cerrar la puerta, miró una vez más la mansión Cooper y suspiró con dolor.
Mansión Anderson.
El asistente le abrió la puerta y ella bajó. Sus piernas temblaban; volvería a ver a Damian, pero en este caso estaba en su territorio, por lo que debía ser una mujer sabia en su actuar y hablar. Miguel le abrió la puerta y una joven sirvienta ya la esperaba.
—Buenos días, señorita Alice Cooper, bienvenida a su nuevo hogar —le hizo una reverencia y sonrió con dulzura.
—Buenos días… —Alice respondió como debía, educada y sintiéndose la señora Anderson.
Recorrió con la mirada la gran sala, llena de lujos y tonos de perfecta combinación.
—El señor Anderson está en una importante reunión y llegará en la noche. La sirvienta Carla estará a su disposición. Ella la llevará a su habitación.
—Venga conmigo, señorita —le pidió Carla, y Alice asintió. En cada rincón de esa mansión podía sentir la presencia de Damian, como si la estuviera observando o quizás eran sus nervios haciéndole una mala pasada.
—Esta será su habitación, la cual compartirá con el señor Anderson —Carla abrió la puerta—. Está todo lo que necesita, incluso su armario lleno de hermosos vestidos y qué decir de las joyas que el señor Anderson compró para usted. Su tocador tiene todo el maquillaje que sueña una mujer y, por cierto, una hermosa colección de zapatos y bolsos. Voy a organizar su maleta.


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Los comentarios de los lectores sobre la novela: MATRIMONIO DE CONVENIENCIA. CORAZONES EN JUEGO