A série Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo, de Internet, é um romance de amor chinês totalmente atualizado em booktrk.com. Leia Capítulo 23 e os capítulos seguintes do romance Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo aqui.
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*Punto de vista de Amelia*.
Como el caballero que era, el Rey Alfa me tomó la mano para luego plantar un suave beso en el dorso.
Me helé ante el contacto, sintiéndome incómoda de inmediato. Hasta pude sentir lo sorprendidos que estaban todos los que nos rodeaban.
Unos segundos después, el Rey Alfa me soltó la mano y me sonrió: “Lamento que hayas tenido que pasar un mal rato. Debí haberle informado a los guardias que eres una de mis más estimadas invitadas”.
Sonreí al escucharlo. Sus palabras eran sabias, justas, y con un toque de humildad, dejando claro que tenía bien merecido el título de Rey Alfa. Los líderes de manada tendían a ser arrogantes, pero el Alfa Octavio sabía evaluar una situación y lidiar con ella como era debido.
Esbocé una leve sonrisa al responder: "Alfa Octavio, una simple loba como yo no merece que un Rey Alfa como tú se incline ante ella".
Él rio entre dientes: “No sólo eres la única mujer Alfa en el mundo, sino que gozas de gran poder. Te admiro y te respeto, y es por eso que te invité personalmente. Si no demostrara mi consideración, te seguirían agraviando. ¿Cómo puedo dejar que una de mis tan estimadas invitadas sea intimidada bajo mis narices?”.
Ni bien dijo esas palabras, vi cómo la expresión de Celia se contorsionaba horriblemente. Su rostro se ruborizó del enojo y la vergüenza.
¿Y es que quién no sabía a quién iba dirigido el sutil sarcasmo del Rey Alfa?
“Oh, me gusta mucho tu brazalete. ¿Es de la Joyas Flor de Durazno?”, me preguntó, a pesar de que sabía que lo decía para hacer saber a la multitud lo cara y exclusiva que era mi pulsera. Los más inteligentes captarían el comentario entre líneas: que el brazalete de Celia palidecía en comparación al mío.
Flor de Durazno era la joyería más exclusiva, y sólo consideraba como clientes a aquellos que podían gastar al menos diez millones de dólares en piezas pequeñas. Cada joya era producida una única vez, por lo que era una tienda ideal para personas acaudaladas que buscaban exclusividad.
Me reí. “Tiene buen gusto, Alfa Octavio”, dije con picardía.
Parecía tener buen sentido del humor, y no era difícil conectar con él. Al menos en ese momento, en el que había acudido a defenderme.
“Alfa… Rey… Alfa”, tartamudeó Celia de repente. “Lamento haber malentendido y pensado que ella se coló a la reunión”:
«Oh, ¿así que Celia sabe cómo disculparse?», pensé.
Entonces, agregó: “Sin embargo, el asunto entre Amelia y yo no ha terminado”.
Rodé los ojos para mis adentros. Claro, ¿cómo podría pensar que se disculparía? No se daría por vencida para crearme problemas, ya que sólo quería humillarme en cada ocasión posible.
“Eso no quita el hecho de que intentó robarme la pulsera”, expuso con actitud digna. “Así que sigue debiéndome una disculpa”.
La miré y levanté una ceja. ¿No acababa de escuchar lo que dijo el Rey Alfa sobre mi brazalete? Por lo que parecía, no. Seguía empeñada en incriminarme, pero por desgracia, ya estaba acostumbrada. No era la primera vez que lo hacía.
Lola estaba iracunda y empezó a maldecir. Cuando levantó la mano para darle una bofetada a Celia, la agarré para detenerla.
Me miró, furiosa, como preguntándome por qué le impedía darle la lección que se merecía.
Le dirigí una sonrisa tranquilizadora, y entendió mi indirecta al instante. Hizo un puchero mientras bajaba el brazo. Me reí al ver su linda expresión, a sabiendas de que moría por golpear a Celia. Siempre se preocupaba por mí y darle una paliza le haría sentir mejor.
Sin embargo, yo tenía otros planes. Quería demostrarle que ya no era la huérfana débil y fácil de intimidar. Quería darle una lección por motu proprio.
“¿De verdad quieres que me disculpe, Celia?”, pregunté con calma.
“Claro que sí. Intentaste robarme la pulsera, así que me debes una disculpa”, sonrió con suficiencia.
Pregunté con voz tranquila: “¿Cuál es el valor de tu brazalete?”.
“¿Por qué lo preguntas? ¡Alguien de tu clase nunca podría permitirse una joya así!”, se burló.
“¿Cuál es el valor?”, repetí.
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