Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo romance Capítulo 26

Resumo de Capítulo 26: Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo

Resumo de Capítulo 26 – Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo por Internet

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••• Punto de vista de Ernesto •••

Apenas Amelia se fue me sentí vacío. Miles de preguntas inundaron mi mente.

¿Por qué no quería dejarla ir? ¿Por qué quería besarla? ¿Por qué mi v*rga se paró al sentir su suave cuerpo presionado contra el mío?

Al recordar el apodo por el que la había llamado su beta, Alia, me puse triste. ¿Se habían ac*stado? ¿Acaso él era su nueva pareja?

'¿No me digas que ya te arrepentiste?', se burló Roberto, como era su costumbre.

Lo ignoré y caminé hacia mi manada, dejando que la brisa nocturna me despejara.

Cuando llegué a casa, escuché a Celia conversando con nuestro padre.

“Papá, no puedo creer que esa p*rra se haya atrevido a humillarme frente a tanta gente importante. ¡Lo peor fue que el Rey Alfa le creyó y la defendió!”, se quejó mi hermana.

“Está fuera de control. ¡Tenemos que darle una lección antes de que sea demasiado tarde! Además, me cuesta trabajo creer que sea hija del Alfa Diego. Me parece impropio de su parte que no haya sido capaz de educar a su propia hija", dijo mi furioso padre.

“¡Papá, no creo que sea su hija! Si de verdad lo fuera, ¡no dejaría que avergonzara a la Manada Plenilunio! Sería una chica elegante y con clase, ¡pero sigue comportándose como una c*alquiera! ¡Es ruin, cruel y despiadada!", lanzó Celia.

“¡Creo que es una rebelde que se está haciendo pasar por su heredera! Si no, ¿cómo explicas que nunca habíamos oído hablar de ella? ¿Por qué razón el Alfa Diego la habría escondido por tantos años y le habría hecho creer a todo el mundo que únicamente tenía un hijo?", soltó mi padre con seguridad.

“¡Tienes razón! De seguro ella es la sugar baby del Alfa Diego. Después de que se separó de Ernesto, buscó un alfa más poderoso, sin importarle si era mucho mayor que ella. ¡Y esa p*ta asquerosa está haciendo todo esto para vengarse de nosotros!", especuló Celia.

Como ya no podía soportar tanta p*ndejada, entré. Tenía la intención de que dejaran de calumniar a Amelia.

“¡Papá, Celia! ¿Se están escuchando? Si ella no fuera la verdadera heredera, ¿por qué el Alfa Diego organizó un banquete, solo para presentarla en sociedad?", señalé.

"¡Pues porque ella lo sedujo y le pidió que lo hiciera!", insistió mi hermana.

“¡Basta, Celia! ¿Crees que alguien tan poderoso como el Alfa Diego cedería tan fácil al capricho de su amante? ¡Es obvio que ella es su hija! Además, todo lo que pasó fue tu culpa: ¡tú fuiste quien se acercó a insultarla!”, la regañé.

Celia me miró incrédula, antes de contestar: “Ernesto, ¿ya se te olvidó que ella aventó a Maia por un acantilado y causó la muerte de nuestro sobrino? ¡Era lo último que nos quedaba de nuestro hermano! ¡No puedo creer que te pongas del lado de esa asesina! Además, ya ni te preocupas por Maia", declaró, antes de salir corriendo y llorando del lugar.

Mi padre se me quedó viendo, pero yo estaba demasiado cansado como para lidiar con él, así que lo ignoré y me fui directo a mi cuarto.

Unos días después, mientras hacía papeleo relativo a la manada en mi oficina, Hugo me interrumpió.

“Alfa, escuché que Celia anda buscando acónito. Su hermana no es muy discreta, pues le está preguntando directamente a otros miembros de la manada si le pueden dar un poco. ¿Deberíamos hacer algo?", me preguntó.

«¿Acónito? Eso es muy peligroso para nosotros», medité. Y es que por más berrinchuda que fuera mi hermana, hasta ella sabía que esa planta era capaz de detener los poderes curativos e incluso la transformación en lobo de los de nuestra especie.

Aunque no sabía para qué la quería, le pedí a Hugo que la dejara en paz. Celia era una adolescente rebelde e inmadura, así que lo más probable fuera que quisiera acónito para defenderse en caso de estar en peligro.

Además, en ese momento no tenía tiempo para lidiar con mi hermana, aunque sus palabras seguían dándome vueltas por la cabeza.

Odiaba admitirlo, pero Celia tenía razón. Incluso después de que Maia me explicó lo del episodio del acantilado y que se había aventado por las provocaciones de Amelia, inconscientemente me distancié de ella.

Y es que en los últimos días solo había pensado en una persona: Amelia.

Había estado intentando llamarla desde la noche en que se fue con su beta, pero bloqueó mi número. Intenté llamarla desde el celular de Hugo, pero apenas descubrió quién le hablaba, también bloqueó su número. Y aunque compré varios celulares para que no supiera que era yo quien le llamaba, todos mis intentos terminaron igual.

También había ido a su manada varias veces, pero sus hombres siempre me decían que ella no estaba. Sabía que me mentían: era obvio que estaba allí, pero había dado instrucciones para que no me dejaran pasar.

“Hugo, ¿cómo te fue cuando fuiste a la Manada Plenilunio y les ofreciste que colaboráramos?”, le pregunté con indiferencia.

Mis labios comenzaron a recorrer su mandíbula, bajaron por su cuello y terminaron en su p*zón. Movía mis manos y mi boca en sincronía, para apretar y lamer sus ch*chis al mismo tiempo.

Ella comenzó a retorcerse y a mover sus caderas. Frotaba su cl*toris contra mi v*rga, que estaba dura como una roca.

Mi mano liberó su p*cho y bajó hacia el sur, hasta encontrar su s*xo. Estaba emp*pada. Ella siempre se m*jaba para mí. Mi dedo entró con facilidad en ella y yo comencé a d*dearla.

"Ernesto, por favor...", me suplicó.

"¿Por favor, qué?", respondí. Quería escucharla decir esas palabras.

"Te necesito dentro de mí", dijo entre gemidos. Al verla toda despeinada, con las mejillas rojas y los labios hinchados, la deseé más.

Coloqué mi p*ne contra su v*gina y entré en ella con un movimiento rápido. Gemí al sentir que su interior se presionaba contra mi er*cción.

“¡Ernesto!”, gritó ella, temblando.

Yo empecé a p*netrarla, asegurándome de estimular su cl*toris con cada embestida. No pasó mucho tiempo antes de que ella envolviera sus largas y delgadas piernas en mi cadera, clavara sus uñas en mi espalda y se arqueara para permitirme llegar a lo más profundo de su ser.

"C*rrete para mí", le susurré. Por su org*smo, los músculos de su v*gina se presionaron más contra mi p*ne, llevándome al límite.

"Oh, sí", murmuré, mientras movía más rápido mi mano sobre mi v*rga.

Gemí cuando finalmente alcancé el org*smo y mi s*men escurrió de mi mano hasta las sábanas.

"Oh, Alia... ¿Qué me hiciste?", susurré, jadeando y borracho de placer.

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