Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo romance Capítulo 36

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El punto de vista de Amelia.

Cuando llegué a la sala de Celia, la vi a ella y a Maia demacradas y pálidas, con la respiración muy débil, como si estuvieran al borde de la muerte, pero no sentí nada. Ni un poco de culpa. Tal vez me había vuelto cruel debido al maltrato que recibí durante los tres años que estuve aquí e incluso después de dejar la Manada Garra Roja.

Nico empezó a examinar a mi excuñada y Maia, mientras Ernesto, alfa Mateo, el médico, y yo permanecíamos a un lado, viéndolo trabajar en silencio.

Se me acercó con una jeringa vacía y yo me encogí de hombros, impotente. Le tendí el brazo y me sacó sangre. Tanto mi excompañero como su padre pusieron cara de asombro. Supongo que no esperaban que las ayudara, llegando incluso a darles mi sangre de forma voluntaria.

Nico le abrió la boca a Celia y vertió la mitad de mi sangre en ella para que pudiera tragarla, y luego hizo lo mismo con Maia. Mi sangre eliminaría todo el acónito en su sistema y ayudaría a reconstruir sus órganos dañados.

Después, empezó a limpiar todas las heridas de mi excuñada, utilizando un ungüento especial para eliminar el acónito. Me fascinó verlo trabajar. Su aspecto era muy serio y cada vez me parecía más guapo, sobre todo con las gafas de montura dorada que llevaba en la nariz recta y alta.

Tomé un trozo de papel de seda y le limpié el sudor de la frente. Me dedicó una suave sonrisa y me dio las gracias. Yo me limité a devolverle el gesto.

Continuó trabajando con diligencia y seriedad, pero al poco tiempo vi que fruncía el ceño, y su entrecejo se hacía más notable a cada minuto que pasaba.

"¿Qué sucede?", le pregunté en voz baja.

"No sé por qué, pero el acónito se ha impregnado en su piel, incluso en las que no están heridas", dijo mientras fruncía el ceño confundido.

Enarqué las cejas, asombrada. «¿Cuánto acónito les habían echado?» En ese momento no sabía si reír o llorar, al pensar que mis miembros estaban tan decididos a vengarme. El odio que sentían hacia esas dos z*rras era mayor de lo que esperaba. Una vez más, me sentí agradecida por tener gente tan leal.

Si el acónito se había impregnado en su piel, eso significaba que mi sangre no funcionaría como debería. Sus heridas eran muy graves. Es decir, todo su cuerpo, por dentro y por fuera, había sido infectado por el acónito. Con razón sus respiraciones eran tan débiles.

"Alia, no puedo manejar esto. La verdad es que no sé cómo curarlas", susurró, para que los demás no oyeran sus palabras, pero claro, con sus oídos de hombres lobo, pudieron escuchar con claridad lo que dijo Nico.

Noté que el ambiente se volvía tenso. Tanto el aura de Ernesto como la de su padre se habían vuelto terroríficas. Como si fueran a matar a mi amigo en el instante en que este renunciara a ayudarlos.

"Alia, deberías traer a tu médico. Es el mejor que hay, él sabrá cómo manejar esto", sugirió Nico.

El aura terrorífica de Ernesto y su padre se disipó y percibí sus miradas expectantes fijas en mí.

Lancé un suspiro. ¿De verdad estaba destinado a salvar a mis dos enemigas? Pocos sabían que el supuesto mejor médico de mi manada era en realidad uno de mis discípulos. Siempre tuve talento para la medicina, y solía disfrutar curando a la gente, ya que me daba una sensación de logro y felicidad cuando veía sonreír a sus familiares después de curarlos.

Antes de conocer a Ernesto, tenía pensado compartir mis conocimientos con algunos médicos cualificados para poder curar a mucha más gente. Me resultaba imposible sanar a tantas personas. Era cansado y costaba mucho trabajo, así que decidí instruir a algunos doctores, y uno de ellos fue el de la Manada Plenilunio.

Al final se convirtió en mi alumno más sobresaliente, y se volvió el mejor médico de todo el continente.

Desde luego, yo estaba muy orgullosa de él por haber conseguido ese reconocimiento. Pero les dije que nadie se enterara de mis talentos porque yo quería ser el alfa de la Manada Plenilunio. Si las personas supieran que en realidad era la mentora del mejor médico, acudirían un montón de personas a mí, y yo no tendría corazón para rechazarlos, a pesar de que eso entorpecería mi labor como alfa.

No es que dejara de curar a la gente, sino que seguía haciéndolo cada cierto tiempo cuando se enfrentaban a dificultades, como ahora con Nico.

"No es necesario que lo llames", le dije a mi amigo.

Él me miró con el mismo ceño fruncido que tenía antes. "¿Las vamos a dejar morir?"

A pesar de que sabía que ellas eran mis enemigas, como doctor, no quería dejar morir a sus pacientes cuando aún había una oportunidad de curarlas. Su conciencia como médico le impedía dejarlas fallecer.

"No, no hace falta que lo llames", le dije mientras mi cerebro empezaba a pensar en cómo curar a Celia y Maia.

Capítulo 36 1

Capítulo 36 2

Capítulo 36 3

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