Resumo de Capítulo 53 – Capítulo essencial de Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo por Internet
O capítulo Capítulo 53 é um dos momentos mais intensos da obra Mi ex-Luna rechazada, vuelve conmigo, escrita por Internet. Com elementos marcantes do gênero Hombre lobo, esta parte da história revela conflitos profundos, revelações impactantes e mudanças decisivas nos personagens. Uma leitura imperdível para quem acompanha a trama.
••• Punto de vista de Amelia •••
Apenas llegamos a la Manada Plenilunio, vi a mi papá y a Nico parados afuera de la enfermería. Como pude, me bajé del carro y caminé hacia ellos.
"Nico, ayuda al chófer a bajar a Ernesto y una vez que lo instalen, atiende sus heridas, por favor", le pedí, mientras señalaba el auto en el que mi ex esposo yacía débil y herido.
El resentimiento apareció en los ojos de mi amigo. Parecía que no le había gustado que llevara a Ernesto a la manada, aunque también entendía el por qué no lo soportaba.
Afortunadamente, Nico era un profesional y, al igual que yo, entendía que un paciente seguía siendo un paciente, sin importar nuestros sentimientos, así que se dirigió al auto. Con la ayuda del chófer, llevó a Ernesto a uno de los cuartos de la enfermería.
"Alia, tú también estás herida", comentó mi preocupado padre, al notar que cojeaba. Me rodeó con su brazo por la cintura, yo pasé mi mano por sus hombros y comenzamos a seguir a Nico y a los demás.
"Sí, aunque en comparación con Ernesto, yo estoy bien. Solo sufrí algunos rasguños y me torcí el tobillo. Tenía dislocado el hombro, pero ya me lo acomodé", le aseguré.
"¿Qué fue lo que les pasó?", quiso saber mi papá, en nuestro lento camino hacia el cuarto en el que instalaban a Ernesto.
Le conté brevemente todo lo que había pasado y, como era de esperar, su expresión se tornó sombría.
“¡Maia está fuera de control! ¡Llegó el momento de que le dé una lección! ¡No permitiré que nadie atente contra mi preciosa hija y menos de una forma tan despiadada! ¡Hablaré con el pusilánime de Ernesto sobre esto!", gruñó mi padre.
“Papá, no hagas nada. Yo me encargaré personalmente de ella", le dije, tras suspirar resignada.
“Alia, ya no estás sola. Ahora cuentas con todos los miembros de la manada, quienes están listos para ayudarte ante cualquier problema. No tienes que enfrentar esto por tu cuenta”, susurró mi padre.
“Lo sé, papá. No sabes lo agradecida que estoy de tener una manada que me respalda, pero necesito hacerme cargo de ella yo misma. Además, ¡será divertido! Parece que haberla herido con acónito no fue suficiente para que se arrepintiera de sus actos; de hecho, el episodio la volvió más vengativa. Tengo que darle una lección para que se de cuenta del error que cometió al meterse conmigo", expliqué.
“Sobre Ernesto...”, empecé, pero mi voz se quebró al recordar la forma tan cariñosa y protectora en la que trataba a Maia. "No le digas nada. De todas formas no nos creerá", suspiré, consciente de que esa había sido la razón por la que nuestra relación llegó a su fin: él siempre prefirió creerle más a Maia que a mí.
"Como quieras, pero que no se te olvide que ya no estás sola", contestó mi padre, acariciándome la cabeza.
“No lo olvidaré, papá. Y te prometo que si necesito ayuda, tú serás al primero al que acudiré", respondí con una sonrisa.
Él se rio entre dientes, mientras seguíamos nuestro lento avance hacia la sala a la que llevaron a Ernesto.
Apenas llegamos, nos encontramos con Nico atendiendo a mi ex esposo. Le habían limpiado la mayoría de las heridas y ya no se veía tan pálido.
Solo había tres largos cortes en su trabajado abdomen que aún no se habían curado, además de una marca de mordida sobre su brazo. Los colmillos se habían hundido en su carne con tal intensidad que le faltaban trozos de músculo en el área circundante.
Nico limpiaba bruscamente las heridas del pecho de Ernesto, quien lo fulminaba con la mirada.
"¿Qué? ¿A poco no soportas un poco de dolor?", se burló mi amigo.
Ernesto frunció los labios y volteó su cabeza hacia la pared.
"Nico, cúralo amablemente. Está herido por mi culpa", le comenté en voz baja, consciente de que si no fuera por eso, habría dejado que mi amigo siguiera maltratándolo.
Tras mis palabras, Nico hizo una mueca, pero comenzó a curar a Ernesto con más cuidado.
Una vez que terminó de limpiar las heridas, sacó una botella de ungüento. Apenas la abrió, la crema de color extraño despidió un olor horrible. Nunca había visto algo así.
“Nico… ¿qué clase de ungüento es ese? ¿Realmente sirve?", le pregunté, con mi vista clavada en el medicamento.
Sam se acercó a mí y, con una mirada tímida, me extendió el hermoso ramo. Yo lo tomé y lo acerqué a mi nariz para disfrutar del dulce aroma de las flores.
"No son de mi parte", dijo torpemente.
"Entonces, ¿quién me las mandó?", pregunté, sorprendida.
"El Príncipe Alfa. Un mensajero del palacio acaba de venir a entregarlas y me pidió que te las diera lo antes posible”, contó mi beta.
Una sonrisa se extendió por mi rostro. Mi nuevo compañero era tan dulce y considerado. Le había pedido un tiempo para aclarar mis ideas y él, en lugar de enojarse, comenzó a mostrarme sus sentimientos, a través de un tierno cortejo. Estaba profundamente conmovida por su gesto.
Esa era la primera vez que recibía un regalo de mi pareja. Ernesto no me había dado nada, a excepción de la pulsera de jadeíta que terminó rota en miles de pedazos. También era cierto que me había dado una tarjeta negra con crédito ilimitado, para que comprara todo lo que quisiera.
Sin embargo, recibir un regalo no era lo mismo que darme una tarjeta para que yo misma lo eligiera y comprara. ¡Cuánto tiempo esperé a que Ernesto me regalara algo, aunque fueran unas simples flores! Y, como era su costumbre, únicamente me decepcionó.
Por ello, el recibir un regalo tan bello y de forma tan espontánea, me puso de muy buen humor.
Tenía ganas de contactar mentalmente al Príncipe Alfa, para agradecerle personalmente por las hermosas flores y decirle que su gesto me había hecho muy feliz. Lamentablemente, como todavía no nos habíamos reclamado como pareja, no podíamos comunicarnos telepáticamente.
"¿Es el Príncipe Alfa el segundo compañero que te asignó la Diosa Luna?", me preguntó Sam.
Asentí y con una sonrisa le dije: “Sí, pero no se lo cuentes a nadie todavía, ¿de acuerdo? Necesitamos tiempo para conocernos y ver si somos compatibles, antes de hacer pública nuestra relación”.
De repente, alguien resopló con fuerza, como si quisiera captar mi atención
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