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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1262

Amelia, de repente, recordó con claridad la noche de su cumpleaños número diecisiete. Aquella vez, no tenía a dónde ir, así que terminó sentada sola en la banca de una parada de autobús, empapada por la lluvia que caía incansable. Las calles ya casi vacías, las luces reflejadas en los charcos, y ella, perdida, sin saber qué hacer ni a quién acudir. Fue justo entonces cuando él apareció, sujetando un paraguas, como si el universo le hubiera enviado un pequeño milagro.

En ese entonces, Dorian ya tenía esa expresión distante, la mirada un poco seria; sin embargo, cuando se detuvo frente a ella, Amelia pudo notar, escondido en sus ojos, un miedo silencioso, preocupación y una ternura tan suave que le ablandaba el alma.

Sin decir mucho, él fue y le compró un pastel para celebrar, y la invitó a sentarse en el césped de la escuela. Ahí, bajo la luz mortecina de los faroles, compartieron lo que sería el cumpleaños más inolvidable de toda su vida. Cuando Dorian le acercó el pastel y, con voz casi susurrada, le deseó felicidades, Amelia vio en sus ojos una calidez tan profunda que sintió que el mundo entero se detenía. Desde ese momento, se derritió por él, atrapada para siempre en la dulzura simple y honesta de aquel instante.

Hasta entonces, nadie se había molestado en celebrar su cumpleaños. Nadie la había mirado con esa dulzura y compasión. Y fue precisamente esa noche, bajo la lluvia y la luz tenue, que se rindió a ese muchacho capaz de mirarla así.

Pero ese chico, el mismo que le mostró una ternura tan especial, desapareció sin dejar rastro antes siquiera de terminar el examen de ingreso universitario. Nunca más volvió a verlo.

Al principio, Amelia no entendía en qué había fallado. Con el tiempo, se convenció de que era normal, que él simplemente estaba concentrado en el examen. Por eso, aunque durante el último semestre de prepa se distanciaron poco a poco, aunque después del examen dejaron de hablar por completo, ella nunca pudo dejar de sentir cariño por él. De hecho, fue ese cariño el que, durante una reunión de exalumnos, años después, resurgió con más fuerza de la que pudo controlar.

Quizá fue porque la escena de ahora, tan parecida a aquella noche de su cumpleaños, le trajo de vuelta todos esos recuerdos. Recordó al chico que tanto le había gustado, ese joven que la miraba con ternura y cuyo recuerdo aún le dolía. Miró al Dorian de ahora, con su expresión seria e impenetrable, y pensó en aquel muchacho que la había protegido bajo la lluvia, en todo lo que habían compartido en estos días, y en la distancia cortante de su mirada hace un momento. De pronto, la tristeza, la decepción y una sensación de abandono se le amontonaron en el pecho. Sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar, gruesas, imparables, resbalando por sus mejillas como si su corazón se rompiera en ese mismo instante.

Amelia ni siquiera entendía por qué estaba llorando. Tampoco sabía por qué se sentía tan dolida, tan vulnerable.

A veces, lo único que deseaba era volver a ver, aunque fuera una vez más, a ese muchacho que la había mirado con tanto cariño.

Sin embargo, cuanto más recordaba la delicadeza de esa noche lejana, más cruel le parecía el Dorian de ahora, tan lejano, tan distinto al chico de antes.

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