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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1268

La cafetería por la tarde estaba casi vacía y reinaba un silencio tan profundo que el aire parecía cargarse de algo invisible cuando Elvia se marchó. Ese ambiente apacible se llenó de una tensión sutil, difícil de describir, pero imposible de ignorar.

Amelia no miró a Dorian, ni mucho menos abrió la boca para decir nada. Solo le había mandado el mensaje porque quería que él convenciera a Elvia de irse; después de todo, esa muchacha estaba ahí porque él la había llamado, así que solo él podía pedirle que se retirara. Amelia no quería que la joven siguiera perdiendo el tiempo por su culpa.

De lo que sí estaba segura era que tampoco deseaba ver a Dorian. Y después de haberse desahogado de esa manera tan descontrolada, no tenía ni idea de cómo enfrentarlo. Así que, apenas Elvia cruzó la puerta, Amelia giró sobre sus talones, lista para irse.

Pero, de repente, sintió cómo una mano fuerte sujetaba su brazo.

—Vamos a comer algo primero.

La voz de Dorian sonó seria y contenida desde atrás. Ya no tenía el tono cortante de hace un rato; ahora se percibía más calmado, como si ya hubiera recuperado el control de sí mismo.

Pero Amelia no era capaz de hacer como él, de simular que nada había pasado. Sentía todo el cuerpo tenso, la mente revuelta. Se zafó de su agarre con fuerza:

—No tengo hambre.

—Yo sí.

La voz de Dorian, que había sonado tan distante, de pronto dejó escapar una nota de fastidio. Sin darle oportunidad de replicar, volvió a tomarle el brazo y tiró de ella con firmeza.

—Si no tienes hambre, entonces siéntate y mira.

Sin más explicación, la arrastró hacia la salida, ignorando por completo sus protestas.

—¡Suéltame!

Amelia, irritada, forcejeó con todas sus fuerzas, pero fue inútil. No logró soltarse ni un poco.

Dorian, con el rostro impasible, ni siquiera se dignó a mirarla. Su mano apretando la de Amelia no cedió ni un instante.

En ese momento, Amelia se sintió absurda, como si sus intentos de liberarse no fueran más que el pataleo de un payaso en una pelea desigual. La diferencia de fuerza física entre ellos era tan grande que él ni siquiera necesitaba esforzarse para mantenerla bajo control.

Al final, Amelia dejó de resistirse. Se quedó callada y permitió que él la guiara, cruzando la calle hasta el restaurante “Sabor Latino”.

Al ver el letrero en la entrada, Amelia frenó el paso, recordando que hacía apenas un rato Ricardo le había propuesto comer ahí, porque tenía que reunirse con un cliente y había elegido ese mismo lugar para verse.

Dorian, al notar que ella se detenía, volteó a mirarla, sus ojos oscuros lanzándole una mirada cortante.

Amelia apretó los labios y, sin decir nada, lo rodeó y entró decidida al restaurante. La verdad, no tenía ninguna otra razón especial, pero la actitud distante de Dorian la irritaba todavía más. Ni siquiera quería mirarlo, y cuando uno se molesta, el cuerpo reacciona antes que la cabeza. Por puro instinto, avanzó. No se esperaba que, al abrir la puerta del restaurante, se toparía de frente con Ricardo, que justo salía hablando por teléfono desde una mesa privada.

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