—Entonces debería agradecerle a él —murmuró Amelia, su voz apenas un suspiro—. No somos familia ni amigos cercanos, ¿qué he hecho yo para merecer la preocupación y el aprecio de alguien así?
—Qué generosa eres con él —soltó Dorian, mientras seguía sirviendo jugo sin apuro, su tono tan neutral que no sabías si era reproche o simple comentario—. ¿Esa generosidad es solo para él, o aplica para todos menos para mí?
Mientras hablaba, sus ojos oscuros y filosos se clavaron directamente en ella.
Amelia no se dejó intimidar y sostuvo la mirada:
—Si alguien me elige con tanta convicción, ¿por qué no habría de ser generosa?
El ruido sordo del jarro cayendo pesadamente sobre la mesa cortó el ambiente como un relámpago.
Amelia pegó un brinco y el coraje que la había envuelto hasta hace un segundo se desmoronó de golpe.
Se dio cuenta, una vez más, de que el temor que sentía hacia Dorian le nacía desde lo más hondo. No era fácil que él explotara, pero cuando lo hacía, el simple hecho de verlo perder la compostura le hacía sentir que quizá había hecho algo imperdonable.
Y, sin embargo, la verdad era que Ricardo la había escogido una y otra vez como la diseñadora principal de su proyecto. No importaba cuántas veces ella rechazara o pusiera condiciones absurdas, él siempre cedía, insistiendo en que fuera ella la líder. Ese reconocimiento a su talento era algo que, en el fondo, Amelia agradecía; era una validación real a su carrera.
Dorian, por su parte, notó en el acto cómo ella se encogía, y una ola de arrepentimiento le recorrió el pecho. Sin embargo, el enojo seguía revolviéndosele por dentro, alimentado por una mezcla de celos y frustración. Era como tener un enjambre de emociones chocando sin poderlas sacar, así que lo que salió fue un comentario cortante, casi como un dardo:
—¿Y entonces qué? Ricardo es soltero, sin hijos, y hasta te admira. ¿Acaso ya pensaste en darle una oportunidad?
Amelia apretó los labios, le sostuvo la mirada y le contestó con calma:
—Dorian, si me trajiste hasta aquí solo para discutir estas tonterías, la neta, no tengo que seguir sentada en esta mesa.

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