La voz de Dorian sonó tan cortante y cargada de enojo que Amelia se quedó callada de inmediato, ni siquiera se atrevió a soltar un suspiro.
Sentía cómo esa actitud dura y despiadada le apretaba el pecho, provocándole un sentimiento de tristeza que ni siquiera podía entender. Desde el momento en que despertó tras su accidente, él no había cambiado en lo más mínimo.
No la dejaba marcharse, pero tampoco intentaba acercarse. Nada de gestos cariñosos, ni siquiera la calidez y amabilidad básica entre dos personas. Mucho menos como una pareja normal. Amelia sentía como si hubiera cometido un pecado imperdonable y ahora él la trataba como si fuera su peor enemiga.
Esa tristeza inexplicable se le fue acumulando en el corazón, obligando a las lágrimas a asomar a sus ojos sin que pudiera hacer nada para impedirlo.
En estos pocos días, Amelia había llorado más veces que en los dos años completos que llevaba casada con Dorian.
Sabía que eso no estaba bien, que no debía llorar ni mucho menos buscar compasión delante de él, pero una vez que ese sentimiento se desbordaba, ya no podía controlarlo. Así como no podía detener las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos y amenazaban con caer.
Cuando Dorian vio el brillo húmedo en sus ojos, algo cambió en su mirada. La dureza habitual en sus ojos oscuros se disipó de golpe. Su mano, que la sujetaba con fuerza del hombro, aflojó la presión casi de inmediato.
Amelia apartó la vista, evitando mirarlo. Tampoco se movió ni dijo palabra.
Dorian también guardó silencio. Solo la observó un momento mientras, con el pulgar, le acariciaba suavemente los labios, que aún estaban un poco hinchados por el beso brusco de antes.
Amelia no se apartó. Se quedó quieta, permitiéndole ese gesto tan inusual.
Dorian la miró de nuevo, dudando un instante. Luego, despacio, bajó la cabeza y la besó.
Esta vez fue diferente. Sus labios rozaron los de ella con delicadeza, el beso era suave, completamente opuesto a la rudeza de antes.
Las lágrimas que Amelia había logrado contener se le escaparon en ese momento. La tristeza que sentía se desbordó, y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas de manera incontenible.
Dorian fue besando cada lágrima que caía, con una ternura que contrastaba con la intensidad de sus caricias. Sin embargo, mientras más la besaba, más fuerte lloraba Amelia.
Él la rodeó con los brazos y volvió a besarla, esta vez en los labios.

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