Capítulo 269
Ella se quedó mirándolo fijamente bajo la luz del farol, su rostro apuesto era sereno y sincero.
Recordó la noche de su decimoseptino cumpleaños.
En aquella ocasión, Dorian era como ahora, tranquilo pero serio, sus ojos oscuros escondian una pizca de compasión.
Él nunca había sido de decir palabras dulces, pero cuando se agachó frente a ella y le preguntó con voz suave “¿qué te pasó?”, ella se hundió en su ternura.
Sin embargo, ese joven tierno que había aparecido cuando ella se sentía más sola y desamparada, no volvió a aparecer en su matrimonio.
En los dos años de casados, él nunca le dijo como aquella vez a sus diecisiete, “no temas, estoy aquí”, ni como ahora, “no te quiero soltar”. Lo único que había entre ellos era racionalidad.
El picor en su nariz que había reprimido poco antes volvió a surgir, y por un momento parecía que el hombre con ojos tiernos de aquella noche de su cumpleaños había regresado, pero esa ternura duraría solo un instante. Sus dos años de matrimonio habían sido demasiado tristes, y ya se había dejado seducir una vez por esa ternura; no se atrevía a caer de nuevo.
Se sonó la nariz y trató de contener las lágrimas que todavía pugnaban por salir.
“Dorian, gracias”, dijo con voz suave.
Estaba realmente agradecida; esas palabras le habían recordado los buenos momentos que él le había dado.
Él, viendo su leve sonrisa, también curvó ligeramente los labios.
“De nada”, dijo sin presionarla más.
Se inclinó hacia ella y de repente, la abrazó suavemente.
Ella se tensó instintivamente.
Dorian la abrazó levemente y le susurró al oído: “Descansa.”
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Luego la soltó con cuidado.
Amelia no entendía qué quería decir Dorian, pero asintió con rigidez: “Tú también, descansa.”
Luego abrió la puerta del carro, bajó y le hizo un gesto de despedida: “Vuelve a casa, ten cuidado en el camino.”
“Está bien.”
Dorian asintió, la vio entrar al complejo residencial y luego arrancó el carro.
Amelia apenas había dado unos pasos cuando se detuvo.
Giró la cabeza hacia la dirección de la farmacia en la entrada del complejo.
La farmacia seguía abierta, así que se dirigió hacia allá.
Dorian, mirando por el retrovisor, vio a Amelia desviarse.
Giró la cabeza hacia la ventana del carro y al ver la farmacia todavía iluminada, se detuvo un momento antes de volver a mirar a Amelia en el retrovisor.
No habían tomado precauciones la noche anterior.
Habían actuado sin pensar en las consecuencias.
Él no tenía ese tipo de protección en casa.
Ella ya había entrado a la farmacia.
Él se quedó en silencio y estacionó el carro al lado del camino.
Amelia apenas entró a la tienda cuando el dependiente se acercó.
“Hola, ¿en qué puedo ayudarte?”, preguntó.
“¿Tienen pastillas anticonceptivas de emergencia?”, preguntó ella, echando un vistazo a los estantes.
“Si, ¿de qué marca necesitas?”, preguntó el empleado, dirigiéndose hacia el estante.
Amelia nunca había comprado pastillas anticonceptivas de emergencia; cuando estaba con Dorian, él siempre tomaba medidas
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de protección y ella no tenia experiencia en eso
“Una que sea efectiva”, dijo Amelia.

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