Zaira se había quedado un paso atrás, observando cómo el hombre que iba delante de ella cargaba los regalos con toda naturalidad.
No podía negar que su corazón rebosaba de alegría.
Un tipo como Fidel, tan capaz y orgulloso, estaba dispuesto a dejar el ego de lado solo por el futuro de ella. Había aceptado venir a visitar a una profesora universitaria por el bien de su carrera. Eso, la verdad, era algo que no se veía todos los días.
—La que viene ahí adelante es la profesora Verónica. Antes de venir, ya le avisé a través de un conocido y le mostré tu currículum.
—No te preocupes, con ese perfil tan impresionante que tienes, seguro que va a quedar encantada.
—Hoy solo es para que se conozcan. Ya después podrás enfocarte en tu tesis tranquila.
Zaira asintió con una sonrisa.
—¡Gracias, Fidel!
Mientras platicaban, llegaron hasta donde estaba Verónica.
—¡Profesora Verónica! —llamó Fidel.
En ese momento, tres profesores conversaban animadamente sobre la sazón de Candela. La interrupción repentina hizo que Verónica se volteara, algo confundida, al encontrarse con aquel joven bien parecido.
—¿Y tú quién eres? —preguntó, ladeando la cabeza.
Fidel se quedó sorprendido por un segundo. Juraría que ya habían avisado de su visita, pero su buena educación le impidió mostrar molestia.
—Profesora Verónica, soy Fidel. El señor Tomás debió mencionarme.
Al escuchar el nombre, Verónica pareció recordar de qué se trataba.
Hace unos días, Tomás Lozano le había dicho que un joven quería presentar examen para su doctorado. Había revisado el perfil y, aunque ya se le había olvidado el asunto, la verdad era que el chico tenía potencial y la propuesta era novedosa. Por eso había accedido a la reunión.
A veces sentía que la memoria ya no le funcionaba como antes.
Viendo que Verónica ya lo ubicaba, Fidel continuó.
—Ella es Zaira.
Zaira dio un paso al frente, mostrando respeto.
—Profesora Verónica, es un honor por fin conocerla. Yo trabajaba en el Museo Británico restaurando piezas antiguas. Cuando supe que este año abriría convocatoria de doctorado, no lo dudé y regresé. Espero poder formar parte de su equipo.
Verónica miró detenidamente a la joven, sintiendo que había algo familiar en su cara. Sin embargo, no lograba ubicarla.
—¿No tomaste alguna clase conmigo antes? —preguntó.
Candela no había tenido tiempo de avisarle sobre su inminente divorcio. Que su madre llegara así, de sorpresa, solo la llenaba de preocupación. ¿Acaso ya se había enterado de todo?
Colgó el teléfono y bajó corriendo las escaleras, nerviosa.
Tenía que llegar antes que su mamá, porque si ella contactaba primero a Fidel, todo se pondría peor y no tendría cómo explicarle la situación.
—Profesora Verónica, ya está lista la comida. Usted y los profesores pueden pasar a probarla. Yo tengo que salir a resolver un asunto —avisó Candela mientras ponía en marcha el carro.
Salió tan apurada que ni siquiera se fijó en quiénes estaban junto a Verónica.
Pero Zaira sí la reconoció.
¡Era Candela!
¿Qué estaba haciendo aquí?
—Profesora Verónica, ¿y ella quién es? —preguntó Zaira, desconcertada.
El profesor Iván, que estaba cerca, soltó una risa.
—Esa es la muchacha que Verónica contrató para que le ayude en casa, como una especie de asistente personal.

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