El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.
Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.
—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.
—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.
En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se aceleró.
—Ya eres mía —murmuró él, inclinándose lo suficiente para que su aliento cálido rozara su oído—. Lo quieras o no.
Calia lo empujó con todas sus fuerzas y retrocedió varios pasos, respirando agitadamente. Aleckey sonrió con diversión antes de alejarse para hablar con algunos de los lobos.
Aprovechando la distracción, Calia giró sobre sus talones y corrió hacia el bosque. No sabía en qué dirección iba, solo que debía alejarse de Aleckey y su manada. Sus pies descalzos golpeaban la tierra fría, su respiración se volvía errática y su corazón latía con fuerza contra su pecho.
Pero su escape duró poco.
Antes de que pudiera dar más de diez pasos, una figura se materializó frente a ella con una velocidad imposible. Aleckey la miró con el ceño fruncido, sus ojos brillando con molestia.
—Monjita —murmuró, cruzándose de brazos lo que provoco que estos se vieran mucho más grande—. Deberías saber que no puedes huir de mí.
Calia sintió la frustración hervir dentro de ella.
—¡No puedes retenerme como si fuera un animal! ¡Tengo derecho a elegir mi destino!
Aleckey la observó en silencio por un momento antes de responder:
—Si el destino te ha elegido para mí, entonces es porque eres mía.
Calia apretó los dientes.
—Si crees que me someteré a ti sin luchar, estás muy equivocado.
Aleckey sonrió con diversión.
—Eso es lo que más me gusta de ti, monjita. Me gusta la lucha y vuelve esto mucho más interesante.
Calia sintió un escalofrío recorrer su espalda, Aleckey corto la distancia para echársela al hombro como un saco de patata. La monja grito de rabia y avergonzada por tener a la vista el redondo trasero del demonio.
(…)
El viento cortante de la montaña acariciaba la piel de los viajeros mientras avanzaban a través de la vasta extensión de tierra hacia las imponentes puertas de la ciudad. El aire fresco parecía crujiente mientras se volvía más denso a medida que se acercaban, y la atmósfera vibraba con la presencia de Aleckey y sus soldados. Él encabezaba la fila, su figura imponente cubierta por pieles gruesas que no solo lo protegían del frío, sino que también le otorgaban un aire de realeza salvaje.
Los guerreros a su alrededor marchaban en formación, igualmente envueltos en piel de ciervo, sus rostros endurecidos por batalla pasadas y el viento, sus ojos fijos en el horizonte mientras que Calia iba a su lado, no había salido del convento en años y ver un nuevo mundo activaba su curiosidad.
Esperaba encontrar alguna señal del hombre que robo a su amiga, sin embargo, no había señal alguna de ese sujeto, Calia durante el viaje no vislumbro a ninguna de sus hermanas del convento y el miedo de que ellas estuvieran muertas inundaba todo su sistema.
—Ellas viven —dijo Aleckey en su cabeza.
—Deja de meterte en mi cabeza —protesto con rabia mirándolo con su ceño fruncido.
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