Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 889

Un gimnasio de bádminton

Cuando llegaron, Salvador ya estaba allí, acompañado de dos amigos.

Era una situación algo incómoda.

—Si hubiera sabido que traías a Ana, también habría buscado una compañera. Espera, voy a llamar a alguien. —Dijo rápidamente Salvador.

Luego, se dirigió a sus dos amigos: —Ustedes dos jueguen entre ustedes, ya jugaremos juntos en otra ocasión.

Los dos amigos no pusieron objeción y se fueron sin más.

Salvador, frente a Ana y Alejandro, sacó el teléfono y marcó.

—Sofía, ¿cuánto falta para que llegues? Vale, te espero.

Ana parpadeó ligeramente. ¿Sofía?

Levantó la vista hacia Alejandro, pero él no mostraba ninguna expresión.

Tras colgar, Salvador les dijo: —Originalmente iba a jugar con unos amigos, pero Sofía está sola en casa y se aburre, así que me dijo que vendría para animarme. Ahora que Ana ha llegado, ¡podemos jugar dobles!

Salvador no vio necesidad de ocultar nada frente a ellos.

Además, hace unos días, cuando estaban en el hospital, él había ido con Sofía y Ana también lo había visto.

En poco tiempo, hablaría con Lourdes para cancelar el compromiso.

Poco después, Sofía llegó.

Al ver a Ana y Alejandro, la expresión de Sofía cambió de inmediato.

Cuando Salvador le mencionó que jugarían con dos compañeros de la universidad, nunca le dijo que serían Ana y Alejandro.

Nunca estuvo preparada para encontrarse con Ana y Alejandro nuevamente.

Sobre todo con Alejandro.

Él conocía todos sus secretos.

Sofía, por otro lado, no tenía ganas de beber, su mente estaba dispersa durante mucho rato, hasta que finalmente se atrevió a mirar a Ana y, con tono bajo y sumiso, le rogó: —Ana, lo que pasó antes fue mi error. Espero que no te lo tomes a mal, fui demasiado impulsiva en ese momento, ahora me arrepiento de todo. Realmente me gusta Salvador, quiero estar con él. En ese entonces me equivoqué, yo… yo... No volveré a sentir nada por Alejandro. ¿Podrías perdonarme?

Sofía habló con voz suave y delicada, casi a punto de derramar lágrimas.

Parecía tan vulnerable y lamentable, que resultaba casi imposible no sentir lástima.

Si fuera una persona ajena, Ana probablemente hubiera tenido algo de compasión.

Después de todo, ¿quién no se sentiría apenado al ver a una mujer tan hermosa llorando?

Pero frente a ella estaba Sofía.

Ana dejó la bebida a un lado, y la miró con una expresión impasible: —Está bien, te perdono.

—¿De verdad me perdonas? Entonces… ¿podrías no contarle a Salvador lo que pasó? No quiero que lo sepa, después de todo... debemos mirar hacia adelante en nuestra relación, no hacia el pasado. Lo que sucedió antes, considéralo un secreto, ¿sí? —Sofía se mostró sorprendida de que Ana fuera tan comprensiva.

¿De verdad la perdonó tan fácilmente?

Ana sonrió: —No hay secretos que no se descubran. No soy la única que sabe lo que pasó. Te sugiero que se lo cuentes a Salvador, así no tendrás que preocuparte por que se revele más adelante.