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Mi Venganza: que Él Viva Arrepentido romance Capítulo 1

—El vuelo sale a las tres. El chofer te llevará al aeropuerto en un rato —en el camerino, Alexandro Ortiz dejó un boleto con destino a Sierra Roja justo frente a Carolina León.

Carolina, que hasta hace un segundo estaba radiante frente al espejo, se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera congelado.

El pasador que sostenía entre los dedos resbaló y cayó sobre la mesa con un golpecito seco. El color de su cara, de pronto, se volvió más pálido que el blanco de su vestido de novia.

Pasaron unos segundos llenos de una tensión espesa antes de que, temblando, se pusiera de pie. Levantó la mirada para buscar los ojos de Alexandro, intentando mantener la calma en su voz:

—Pero… nos estamos casando ahora.

—Me diste algo en la bebida y luego llamaste a la prensa para que nos encontraran en el hotel —Alexandro la observó sin ninguna emoción, bajando la mirada mientras encendía un cigarro.

El humo salió de sus labios con una naturalidad que solo él podía tener, llenando el aire de esa mezcla de indiferencia y tensión.

Luego, con la misma frialdad, agregó:

—Carolina, cualquiera de esas cosas por separado sería suficiente para condenarte.

Mientras Alexandro enumeraba sus “faltas”, Carolina frunció el ceño y preguntó, con un nudo en la garganta:

—¿Todavía no confías en mí?

Dos meses antes, los reporteros los habían acorralado en la puerta de una suite de hotel. Esa noche, alguien le había puesto algo en la bebida a Alexandro.

Él siempre creyó que fue Carolina. Que ella había llamado a los periodistas. Sin embargo, si ya existía un compromiso entre ellos, ¿qué sentido tenía para ella organizar semejante escándalo?

Alexandro la miró unos segundos, con esa mirada cortante que parecía atravesar el alma. Recordó lo que había escuchado la noche anterior, las pruebas que el asistente acababa de entregarle; apagó la colilla en el cenicero, luego se dirigió a la puerta y ordenó:

—Ezequiel, acompaña a la señorita Carolina al aeropuerto.

En ese instante, la puerta se abrió. Alexandro salió sin mirar atrás, y el chofer entró.

Viendo la espalda de Alexandro alejarse, Carolina sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

¡Diez años!

—Ya voy, gracias —asintió Carolina, y tras darle unas indicaciones a la paciente que tenía enfrente, salió junto a la joven enfermera.

Al acercarse al quirófano, el bullicio del hospital se hizo más intenso. Entre la multitud, Carolina reconoció de inmediato a ese hombre de porte imponente, seguro de sí mismo.

Sus pasos se hicieron más lentos, y sus ojos, apenas visibles por encima del cubrebocas, perdieron todo rastro de calidez.

¡Alexandro!

Cinco años sin verse y, de pronto, se reencontraban así, de golpe. La sorpresa fue tal que incluso Alexandro, al verla, frunció el entrecejo.

Carolina desvió la mirada, tratando de recomponerse, justo cuando Alexandro recuperó su expresión de siempre: distante, como si nada le importara. Se acercó hasta quedar frente a ella.

Levantó la mano derecha y le quitó el cubrebocas.

Al ver su cara tan cerca, Alexandro tiró el cubrebocas al bote de basura, y en tono seco le ordenó:

—Ponte el uniforme y entra al quirófano. Tienes una cirugía que atender.

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